viernes, 7 de marzo de 2008

Las horas eternas

Las horas pasan.
Tan interminables como sueños mal soñados,
en noches de insomnio y lágrimas
y en tardes calientes y malgastadas.
Las horas pasan pesadas,
terriblemente lentas y pegajosas,
aplastándome los dedos y los intestinos,
clavándonos con nostalgia los recuerdos.
Pasan las horas despacio,
insoportablemente despacio,
y es como si no pudieran resbalar.
Una bola de espinas les impide fluir,
y a su paso desgarran cada minuto,
cada momento,
cada rasgo perdido y encontrado de mi piel.
Y yo llena de sangre,
de heridas de horas-pasadas,
sigo esperándolas absurdamente y sin nada qué hacer.
Prisioneros somos de estas horas eternas,
de estas horas de cuento sin autor,
de poema sin final.
Pasan las horas sin nosotros,
por encima de nosotros,
tan cruel y pausadamente
que parecieran más bien no pasar.

martes, 4 de marzo de 2008

Suicidios en el otoño

Yo, que nunca viví un otoño,
que no he visto caer las hojas
ni enrojecerse los árboles,
me encuentro de pronto entre tantas montañas

de hojitas cafés y secas
caídas todas del árbol
que ha perdido sus flores.
Hojas que tapizan nuestras tierras
que pisoteamos sin darnos cuenta
hasta que escuchamos esos ruidos extraños,
como gritos infantiles que lanzan
cuando las majamos.
Tantas hojas de ayer que no entiendo,
hojas de diciembre, de enero y febrero,
que se cayeron solas,
sin viento que las soplara
o muy a pesar de éste,
como un suicidio vegetal
que acabó con la alegría y la vida
que cada mañana encontrábamos al despertar.
Hojitas que se tiraron al suelo cuando aún tenían sus ramas
y nos dejaron tirados,
sin bosques
sin flores
y sin otoño que nos contenga.