sábado, 24 de mayo de 2008

Bajo el letrero de: NO TOCAR

Bajo el letrero de: no tocar, se esconde todo tu cuerpo. Y yo con estas manos de muerto que trabajan solas, me muero una vez más por alcanzarte. Favor no tocar, favor no llamar, favor no escribir, ¿favor no amar? Lo intento desde adentro, te lo juro, desde lo que queda con fuerzas, pero este cuerpo muerto es difícil de controlar. No me hace caso. Se rebela y lo encuentro de pronto marcando tu número en el teléfono, conduciendo hasta tu casa, buscándote entre papeles, no sé. Me enojo, por supuesto, lo regaño. ¿Pero de qué sirve regañar a un muerto? Sigue muerto el cadáver, sigue sin hacernos caso. No lee los letreros, no entiende estas nuevas reglas. Sólo ve tu cuerpo y quiere abrazarte, como antes, como cuando no era aún cadáver.

Y es que cómo hacer cuando las prohibiciones son tan duras, tan tristes, tan fuertes. Cómo hacer cuando un cartel invisible proclama con siete letras la muerte que matará al muerto. No tocar, pero si tocarte es parte de mis funciones vitales. No llamar, pero si no tengo nadie más con quien burlarme del mundo. No escribir, pero si estás ahí y te veo en rojo, mientras mis dedos brincan sobre las teclas gritando siete mil palabras para vos. No amar… Bueno esa sí que no la entiendo. Esta escrita en otra lengua, creo, resulta impronunciable para mí.

Hace algunos años me hubiera reventado los puños contra las paredes. Bah, hace apenas dos meses lo hubiese hecho. Pero hoy no. No puedo dejar más cicatrices. Quizás sería mejor nada más bajarme todo el volumen y pasar muy calladita entre las piedras y los ríos que se han llenado de sangre, para no despertar a nadie. Talvez sea lo mejor si me muevo entre sombras procurando no dejar huellas, ni olores, ni rastros. Talvez sea lo mejor.

Si emprendo este viaje sería para no dejar a nadie, pero para que me dejen todos (pasar). Quizás así respiren los cuerpos agónicos y vuelva a palpitar ese absurdo que llamamos corazón. No lo sé. Quizás en serio sea lo mejor, quizá deberíamos cruzar el mar. No sé…

miércoles, 21 de mayo de 2008

Aquí desde esta cárcel

Libre soy cuando puedo besarte al despertar. Libre soy cuando no tengo que pedir permiso para abrazarte, cuando puedo estirar mis manos y tocar tu espalda, suavecito y luego más fuerte, amasando tu piel entre mis manos. Libre soy cuando puedo jugar en tu barba, cuando te llamo Gati y me contestás Pequeña. Libre soy cuando no tengo que sostener mis manos, ni esconder mi teléfono para no llamarte, cuando no tengo que tragarme palabras tan gruesas como: te amo, te extraño, quiero verte, dame un beso, escapémonos de aquí, queréme, por favor, perdón.

Soy libre cuando despierto saboreando tu nombre y cuando hago estúpidos planes de viajes y posgrados que nunca pasarán. Cuando te cuento mis aburridos y rutinarios días, y vos me escuchás sin ganas pero con una sonrisa. Libre soy cuando puedo hacer lo que yo quiero y lo que quiero es buscarte y aferrarme toda a vos.

Ves, te equivocaste ayer. No soy libre ahora, todo lo contrario. Libre era cuando podía amarte, y ahora que construiste esta pared interminable entre nosotros, lo segundo que perdí, después de perderte a vos, fue mi libertad.

Daniel

Caminar las calles,
recorrer los trillos,
olvidar tus manos
y decirte adios.
Escuchar los silencios
como lágrimas,
escurriéndose por los rincones
y filtrándose entre las cejas y los ojos.
Despedir tu sombra
y tus ecos todos,
desesperadamente doler, doler.
Caminar sin vos
aunque estés a mi lado.
Caminar ausente
y cansada y doliendo.
Dejar ir Paris
-con sus cuatro décadas-
dejar el futuro
y los pasos ajenos.
Tantas las promesas,
tantas las palabras
y tan largos los años.
Se acabaron los techos
y también las lluvias,
impregnó todo el hastío
y nadie cortó sus venas,
no hubo serenatas
ni nobles despedidas.
Sólo noches negras
y oscuras las lágrimas
plagando los insomnios que no pagaré.
No hubo sorpresas,
fue una muerte lenta,
cargada de agonías y de excusas,
y de sombras antigüas
que jamás podre poblar otra vez.

Mi duelo

Jean Allouch se equivocó, sabés? Seguro nunca perdió lo más grande en su vida, seguro nunca lo dejó en media cuesta el amor más grande. Porque esta es la muerte, y está cargada de duelo. Esta es la muerte misma y no puede ser nada más. Yo que estuve en aquel avión agonizando por tres horas y llorando mi propia muerte, puedo decirte hoy que no hay nada más cercano ni más muerte que este día.

Es la muerte. La siento penetrando todo espacio de mi piel. Se clava entre las uñas, ahí donde más duele, y me punza y me arde cada pedacito de este cuerpo pálido. Primero comienza por los dedos, las partes más pequeñas, y va avanzando con impresionante rapidez por todos lados. Es peor que el cáncer, peor que todos los dolores juntos, es morir y morirse en cada respiro, en cada puño de lágrimas y cada segundo que vivo sin vos.

Esta es la muerte misma y el duelo completo, y no puede ya ser nada más. Cuando se acaba la vida y se pierde la persona, cuando se arranca de un solo toda esperanza y futuro. Ahí se muere, como yo, y se llora el peor duelo que puede existir. Es un duelo vivo pero absolutamente muerto. Y ahora no queda nada.

La vida, pues, quizás vuelva a comenzar, quizás se arme de repente en alguna esquina que escampa, no sé. Pero aquella, la vida que ha muerto, la vida que se fue, la vida entera… esa no va a revivir jamás. Es como un reencarnar cruel y violento en un cuerpo pálido y perdido que no tiene fuerza alguna. Es como verse morir desde un avión (esta vez tico) y ver como se acaba todo, absolutamente todo, y no se vuelve a respirar jamás.

Jean Allouch se equivocó, ves. Ayer vi morir mi vida, aquella única que tenía, y hoy lloro desde este impase oscuro el duelo de nosotros, de vos tan ausente, y de mi falta de vida.

sábado, 10 de mayo de 2008

Mantengamos la ira, conservemos la rabia

Cuando el mono se va y se lleva sus cosas, y nos deja cuartos vacíos pero inhabitables: mantengamos la ira, conservemos la rabia.

Cuando olvide que fuimos desde siempre compañeros, cuando no recuerde nuestra lucha, cuando pretenda, sin querer, abandonarnos: mantengamos la ira, conservemos la rabia.

Y cuando sople sonrisas y extienda sus plumas, y desfile por calles con nuevos compañeros: mantengamos la ira, conservemos la rabia.

Cuando corte su pelo, cuando cambie sus ropas, cuando se mude al oeste y llene de espejos su cuarto: mantengamos la ira, conservemos la rabia.

Cuando no nos llame ni nos busque las caras, aun si nos tiene al frente, o al lado, o atrás: mantengamos la ira, conservemos la rabia.

Pues sólo así, coloradas las mejillas y saltadas las venas de la frente, podremos contener todas las lágrimas. Sólo así, cubiertos con la ira e impregnados de rabia, podremos sostener nuestra memoria, sin perdernos en sonrisas o en perdones pasajeros. Solamente así podremos soportar su traición sin despedida y su acto de inocencia que nos punza el corazón.

Yo mantengo la ira y conservo la rabia.

Ensayo de un poema de derrota

Algunas batallas
vale la pena perderlas.
Como cuando insistís en acercarte a mi cuerpo
y robarme caricias de entre los dedos,
o cuando me acorralás entre pared y humo
exigiendo que mis labios, y mis ropas, y tu espalda…
Pero otras, esas batallas tristes y cansadas,
llenas de adioses,
de ojos,
de no-puedos;
esas son las que más duele perder.
Yo las pierdo casi todos los días:
al despertarme,
al salir a la calle,
al ver tu número en el identificador
y exigirle a mis latidos que desaceleren su vergonzosa ilusión.
Yo las pierdo,
y no es que quiera, ni me rinda,
es sólo lo correcto.
Perder estas batallas
es continuar caminando.
Y caminar, nos dicen, siempre es bueno,
aunque estemos cansados,
y nos duelan las piernas,
y nos falten los besos.

jueves, 8 de mayo de 2008

Mi día aburrido de ayer

Ayer me dolió la cabeza y eso casi nunca pasa. Yo creo que fue el calor y una irresponsable exposición al sol de cinco minutos frente a la biblioteca. Pero también pudo ser el cansancio, el hastío, la ridículez de la universidad y la ansiedad ante la renuncia que se acercaba en la noche. Después nos vimos en su cubículo, él y yo, y por un rato dio tregua mi dolor. Pudimos, contra el tiempo, enredarnos y besarnos, y rasguñar los minutos que son demasiado tacaños. Luego él se fue y me quedé sola, y trabajé rápidamente a pesar del dolor. En la noche renuncié y luego volví a mi trabajo. El dolor me persiguió hasta la cama, se durmió conmigo, y en alguno de mis sueños armo un campamento y se quedó.

Tengo una vez más el impulso de buscarte. Como todas las mañanas en que te extiendo palabras y espero con compulsiva ilusión tu respuesta a mi mensaje. Es curioso que aunque pasen los años siga sintiendo esta ansiedad en las tripas, como si temiera un rechazo o una respuesta contraria. Pero por lo general lo que recibo es aún peor que una reacción negativa: un silencio, una palabra no dicha, falta de tiempo, mejores cosas que hacer, demasiado estudio, trabajo, cansancio, o simplemente pereza de responder. No quiero asfixiarte con mis palabras sin asidero. Hoy no te busco en mensajes; me trago mis ganas y escribo una nota.

Sábanas egoístas

Bajo las sábanas parece haber calor escondido. No sé de dónde salió, yo no lo puse ahí. Talvez se acumuló en otras noches alocadas, o talvez es solamente recuerdo de enero o de agosto, no sé. Parece haber calor pero de ese que es delicioso, que se impregna entre la piel y los músculos y se vuelve vivo. Palpita entre los cuerpos y dentro del cuerpo, despierta todos los poros y los llena de sudor. Bajo estas sábanas, sí, parece que se esconde. Pero no logro aprehenderlo y por más que me cobijo sólo consigo un bochorno que se torna insoportable. Sólo me gusta el calor cuando es de a dos (o también de a tres), pero así en solitario es terriblemente pegajoso. Me molesta que palpiten estas sábanas sin vos, sin nosotros, sin mi cuerpo y sin los suyos. ¿Pero qué podemos hacer? Ya se acerca el mediodía y las sábanas hechas un puño no dan tregua. Son tan cortas y egoístas, no comparten su calor.

sueños tristes, como siempre

Me levanté, otra vez, con lágrimas de garganta. Voy al baño y las escupo, y en segundos aparecen muchas más. Se amotinan, se amontonan, y ocupan todas mis facciones, mis respiros y cualquier acción que pueda realizar. Es un día cualquiera, como otros, como tantos en que despierto rutinariamente. A veces me levanto así, pero a veces no. No sé bien a qué se debe. Talvez soñé algo terrible que no puedo recordar.

Un momento, algo recuerdo. Estabas en mi sueño y, como siempre, no podía tocarte. Estabas a mi lado pero nos separaba una cortina transparente de culpas y pesares, de miradas ajenas, futuros distantes, y de tantos, tantísimos besos no dados. Estabas en mi sueño tan cerca, como ayer, pero siempre inalcanzable. Me miraste, como siempre, con excesivo disimulo que se nos torna doloroso, procurando que nadie sepa que morimos por huir hacia un potrero frío y solitario, quitarnos toda la ropa, y de paso desvestirnos de las culpas, las miradas y los pesos. Y darnos todos los besos, todos estos que acumulamos tras los labios y bajo la lengua, y que hinchan las mejillas y arden el hígado y los dedos. Pero esa mirada, como siempre, no pasa de mirada, de comprensión tácita y pacto ocular, de yo-también-lo-siento pero imposible, de ¿-qué-vamos-a-hacer-para-vivir-así-?

Es terrible, ves; es muy triste. Ni siquiera en mis sueños puedo tocarte.

sábado, 3 de mayo de 2008

Dudamos que el futuro sea siempre mejor

Pero no puedo sacudirme mis historias,
ni siquiera las tuyas,
mucho menos las nuestras.
No puedo responderte con asepsia,
no puedo prometerte no miraré hacia atrás,
ni siquiera que de vez en cuando dé uno que otro paso
hacia atrás.
Porque en el fondo no creo que atrás sea un mal lugar,
porque más bien me encanta,
vos lo sabés,
caminar invertida, recordar los espacios, reconstruir lo que jamás existió.
Porque soy pesimista
y creo en ese mañana que siempre será peor que hoy,
o porque más bien creo las horas-fuera-del-reloj,
no sé.
Porque no puedo sacudirme del olor de aquellas horas,
de los besos, y los tragos, y los humos
que juntos inhalamos.
No puedo, no podemos
existir sin esos ra[s]t[r]os.
Aunque queramos olvidarlos
o aunque yo trate de recordarlos.

Perdidasinunrumbo

Yo creí
que cuando se pierde el tiempo
se puede encontrar el olvido.
Yo pensé que si leía cien poemas en un día,
y escribía al menos nueve en mi cuaderno,
podría descansar de mi memoria.
Pero la infancia y las ausencias,
las puertas añejas de armarios y casas,
las manos vacías,
el cuarto vacío,
y todo, todo lo que me cuesta tocar,
vuelve insolente sobre mis ojos
y me arranca palabras que no quiero pronunciar.
Yo creí
que podía perderme-sin-rumbo.
Pero perderse y andar sin rumbo son
dos cosas distintas,
conjugadas en mi vida al mismo tiempo
pero de forma asíntota;
sin punto de encuentro,
carcomiendo cada una un lado de mis caderas.

Cuando creí que nunca nunca me encontraría lloré todas las letras del abecedario. Cuando escribí aquel poema, recién llegada de Venezuela, estaba segura de que jamás encontraría mi lugar, al menos no por acá. Y luego con el tiempo fueron saliendo de entre mis dedos raíces tiernas y tímidas, que yo iracunda y desordenadamente intenté cortar. Pero no pude hacerlo, la sangre que brotaba se iba coagulando con relativa rapidez hasta formar nuevas raíces, cada vez más fuertes e insolentes. Y entonces comenzó a crecerme musgo sobre la espalda, y mis labios y mi lengua, y mis besos-todos se volvieron cotidianos. Por aquella época leía siempre a Cortázar (y todavía lo hago), y me dormía repitiendo El futuro en mis ausencias.

Con el tiempo, podría parecer triste, se me fue acabando la urgencia por huir. Y no por conformismo ni por comodidad burguesa, sino por falta de esperanza, por la pérdida de posibilidades, por el fracaso rotundo que intento cada día construir.

Y entonces El futuro se vuelve cada día más rotundo, y muy a pesar de éste me empeño en fraguar mi camino hacia tu voz. No es que yo crea en un mañana halagüeño, pero al menos esta noche, para sobrevivir sin inciensos, necesito inundarme de cuerpo.

Los besos de mi compañero

¿Cómo explicarte que sos vos y no alguien más, que no me canso de esperarte y de soñarte, de recorrerte los brazos, la espalda y la barba? ¿Cómo explicarte que aunque aprendí de memoria la forma de tus nalgas, el contorno de tus dedos, el sabor de tus costados, sigo queriendo buscarte y encontrarte por las noches, aún cuando estás cansado y yo aburrida de hacer nada? No sé cómo hacer, de veras, para explicarte que no busco a nadie más para que acompañe, que sos vos mi compañero y mis suspiros y mis futuros caminos.

Y que tus besos, los que doy, son solamente tuyos y no se los doy a nadie más, por dos razones principalmente: porque no quiero y porque no se puede. Y entonces cuando beso otros labios, talvez más suaves, talvez más pequeños, no te robo ninguno de tus besos, no los gasto, no los regalo. Aquellos besos son distintos, y no distintos malos ni distintos mejores, simplemente distintos en su esencia, en su estructura musical, y en el destino final que procuran demarcar.

Pero ves, fracaso otra vez en mi intento de explicarte lo que siento, porque no puedo asegurarte con mis palabras, ni siquiera con mis besos, lo que sólo vos podés llegar a prometerte. Sin embargo me angustio en esta espera, y trato de dibujar con la punta de mis dedos esto que siento. No se trata de infidelidades, ni de costumbre, ni muchos menos de hastío. No son las puertas abiertas de un closet, ni siquiera se trata de ella. Se trata de mi, de lo que siento y lo que existo, y los besos que no doy, pero quisiera. Y de todos lo que doy, también, y que me encantan.

¿Cómo hacer para explicarte que no intento llenar un vacío que dejás? ¿Cómo hacer para explicarte que sin vos esto no tendría sentido alguno y me encontraría llena de angustias y besos sin destino, que no puedo darle a nadie más, que necesito darte -a vos- todos los días? ¿Cómo hacer para explicarte que sos vos mi compañero, aún si beso otros labios o reprimo mis ganas de hacerlo?

Saudage

Esa melancolía brasileña que en español aún no podemos nombrar. Esa melancolía linda, deliciosa. Casi un oxímoron que intenta combinar la alegría y la tristeza, la nostalgia y los sueños, la derrota y el respiro. Esta melancolía que me encanta, que inunda mis dedos y mi lengua cuando no estás aquí. Exquisita ausencia que marca siempre tu presencia, tus caricias que me faltan, tus besos que hoy no me recorren. Tenían que nombrarla entre samba y lágrima, porque sólo así se vale extrañar con delicia a las gentes. Todos deberíamos aprender a bailar.

Aquel mono que fue mi amigo

Recuerdo cada día al mono que fue amigo. Tenía el pelo color café-amarillento, casi siempre despeinado, aunque finalmente aprendió a peinarse. Tenía las palabras cortas y las sonrisas gigantes, y cuando las combinaba sabía que podía calmarnos a todos, o por lo menos a mí.

Crecimos juntos en las casas y los árboles. Yo le enseñé a enfrentarse a las gentes, y él me enseñó a jugar escondido con el mundo. Creamos un lenguaje repleto de estrategia, construimos un castillo de arena en cada casita que poblamos. Nos convertimos juntos en grandes guerreros y peleamos en silencio diez mil batallas transparentes.

Más que la sangre, nos unieron las lágrimas. Más que la espiga, nos unió la infancia. Y crecimos hasta ser amigos y compañeros de vidas, marcados por cicatrices idénticas como tatuajes de guerra.

Pero hace algunos meses (o muchos, o varios) perdí a aquel mono que fue mi amigo. Confieso que fue más abandono que extravío. Yo no lo he buscado, porque creo que no voy a encontrarlo más. Lo extraño cada día, sobre todo al anochecer. Y en tardes como hoy tan calladas y eternas me hacen falta sus cortas palabras, sus sonrisas grandotas y su hermano cariño.

Marisol sin Violeta

* Como lo dijo una vez Galeano : "quizá nosotros somos las palabras que cuentan lo que somos."

Dicen los nuevos amigos que Marisol siempre ha estado con Violeta. Dicen también que ambas están hechas de imagen y de idea, y que viven en la mente y en la boca, y viajan en carros vacíos desde Naranjo, y acuden a reuniones, y pasean por los zaguanes. Dicen que son compañeras inseparables, como si las uniera un lazo de imagen-relación que naturalmente tampoco pasa de idea, ni de mente, ni de boca.

Lo extraño es que hoy descubro que he perdido a Violeta, y de pronto me encuentro ausente de recuerdos que me aferren a ella. No sé cuál fue el color de sus ojos, el olor de su piel, las formas de sus huesos, el sabor de su sonrisa. No logro recordarla y pienso que nunca existió. Alguien la creó por mí, para mí, pero nunca me la presentó.

Entonces me levanto otra vez sin Violeta. Y pienso que talvez murió hace ya varios años, en la boca de algún niño, o quizás de alguna niña, que comía una pastilla en un calle caliente del sur de la capital, algunos minutos antes del atardecer.

Ensayo de un situacionismo sin rumbo

Pareciera que pierdo el tiempo. Llevo el día entero leyendo poemas y durmiendo. Me levanto con sed y hambre de palabras, las engullo rápido y me lleno de lágrimas. Sigo masticando todo lo que puedo, leo y leo hasta cansarme, y por fin caigo dormida. En mis sueños vivo los poemas que recién leí. Camino despacito entre campos de amores, de flores rendidas que nadie encontró jamás. Me encuentro con sus voces: las de las letras, las de los dioses y las de mi gente. Y de golpe me despierto seca y vacía-en-vigilia. Necesito un trago, un poema y una flor hecha de letras.