jueves, 19 de noviembre de 2009

de aniversarios y otros eventos

para Oventik y sus desconocidos

Un año que a veces parece la vida. A veces termina siéndolo. Yo apenas guardo el sabor de esa sonrisa periférica que me acompañó tres días, el exquisito oxímoron que provocaba el viento helado golpeando mis dientes y encías, secando insistentemente mi saliva sin que mi boca cediera un instante esa absurda bandera que había logrado encontrar. La sonrisa, mi estado natural durante tres días, y sus réplicas que circundaron semanas, con una mueca menos insistente pero igualmente absurda, la anticipación del encuentro, como un niño que espera dormirse para engañar al tiempo cuando no quiere cooperar, las secuelas, las huellas hondas, la sed que provoca un brevísimo instante de saciedad; mi sonrisa, pegajosa y molesta, más sabrosa que nunca, hace apenas un años, la vida, el dolor, las esperas, la vida, como siempre, se nos vuelve a escapar.


Hace meses que no escribo. Casi tres, o casi un cuarto de vida, que es lo mismo. No tengo respuestas ni excusas, tengo dos manos lisas, sin heridas ni cayos, apenas cansadas de tanto tecleo y con las uñas rotas. Pienso en el 11 de noviembre. Ese día en que nacimos justo a la medianoche, en una fría plaza universitaria, esa noche que nos parió enteros, ya adultos y conocidos, ya enredados e incrédulos y hartos. Yo cargaba algunas latas en mi maleta y un bolso con chucherías para aguantar la espera. Carlos tenía una boina y Esteban tenía frío. Vos llevabas libros que luego venderíamos a precio de golosinas, y llevabas también una sonrisa, como la mía, sonrisa de recién nacido.

Al otro lado del mundo la luz ya era día y cansancio y ella tecleaba y miraba videos, miraba en su pantalla la deshojación de un árbol virtual, más triste que sagrada, más lejana que viva, y las flores que caían desaparecidas, como todo, como la nieve y las canciones que en voz de una niña nunca le deberían faltar. Desaparecidas las flores, los abrazos sinceros, el beso de su compañero, las flores, los encuentros, los sabores latinoamericanos, el tiempo, el reloj.

Hacía ya un año de aquella gestación caótica en que los tres, cigotos apenas, mezcláramos nuestras lágrimas con gotas de otros fluidos en un compartirnos juntos que nunca terminó de crujir. Hacía un año de temblores, de rotundas contracciones, un parto dilatado y asqueroso que por poco nos asfixia justo antes de nacer. Y ahí, ya adultos-recién-nacidos, ya viejos-jóvenes heridos, en una plaza universitaria o en un hotel de lenguas sin nombre, todos moríamos de frío, o vivíamos de éste, al menos nosotros cuatro, que acabábamos de nacer.

Subimos a una buseta mágica, que a pesar de su absurda división geográfica prometía llevarnos hacia el destino espiritual que aún no conseguíamos imaginar. Ese lugar que creímos imposible, ver para creer, y hasta que estuviésemos allí no aflojaríamos nuestro iracundo ateísmo ni la desesperanza necesaria e inherente a la hidroponía. Aquel lugar, donde el frio era cálido y dulce, donde el sentido inexistente era la lógica que le daba el ritmo a la vida, ese lugar donde el color escala las paredes humildes y las pieles y las ropas, y nosotros, como niños, apenas podíamos tragar aire a borbotones, soltarlo luego en suspiros y sonreír. No nos mintieron nunca, todo aquel rito valía el boleto, las carcajadas molestas, las aves desproporcionadas y transgénicas, la pegajosa miel que la necedad nos embarraba, las esperas, los desvelos, la enfermedad del tiempo en Chococaneiro, todo valía la pena, todo era apenas lejano cuando llegamos allí.

Y ahora, un año, la vida entera, más de doces meses de vuelta, ahogados en la rítmica calma de la adultez. La vida cumplió un año y nosotros apenas nos dimos cuenta, apenas lo recordamos con abrumadora nostalgia, con desesperanza de vivos, con envidia de muertos. Yo tecleaba 9 horas sin descanso y deseaba impaciente correr hacia otra ciudad. Vos trabajabas sin derecho a recuerdos, sin espacio a otro intento por salir de acá. Ella frente a un monitor, sin flores ni deshojación alguna, sin siquiera nostalgias, en silencio absoluto extrañando a quien unas horas más tarde, quizás ya muy tarde, llegaría a abrazar. Carlos no encendía la vida, no enrolaba el mundo, ni llevaba boina, recordaba el día, el parto y la vida, y tejía otro sueño hacia aquel lugar. Esteban no moría de frío. Chiapas seguía existiendo. Nosotros apenas un año, nosotros adultos-recién-nacidos, perdidos sin vientos ni promesa alguna. Nosotros adultos-recién-nacidos sin tiempo ni vida para volver a nacer.

lunes, 31 de agosto de 2009

paraugas para unha espera

no hay nostalgia peor
que añorar lo que nunca jamás sucedió
- Sabina

Abre un paraugas Susana, aínda que non chova. Abre un paraugas e soña, pecha os teus ollos, imaxina o son das gotas, o cheiro do orballo cando cae sobre as herbas, imaxina unha cantiga burbullante, un sorriso no campo, un hórreo cheo de traballo. Abre un paraugas e espera, e mentres tanto respira, fala esta lingua que amas, as palabras que che espremen as bágoas, e espera. Chea unha cunca con viño e bebe sen présa, Susana, que o tempo é sempre egoísta. Abre un paraugas esta noite, como o abro eu cada mañá. Xa choverá na Galiza, Susana, xa choverá, e vas mollarte os pés, como se mollarán os meus.

jueves, 20 de agosto de 2009

t'enyoro

(a dedicatoria sobra)

“t’enyoro” me escribe Susana con su sagaz catalán. Dice que viene del latín ignorare, no saber dónde está alguien que se quiere. Me escribe desde una casa de ensueño, una casa de piedra encaramada en el monte, rodeada de bosque y campo y Galiza, una casa de abuelos con historias tristes, calladitas, tiernas, dormidas en la lengua como esa quietud de piedra que tímida levanta su espalda para sostener un techo.

Yo no ignoro donde está Susana, lo sé a medias. Estará en la casa de piedra leyendo un cuento de Cunquerio, o en el jardín, calurosa, tendiendo sobre una manta la cena que bajo el sol comerán. Estará en Ponteareas, o en Vigo o en Santiago, estará en el monte paseando con Danita, o refugiada del calor piedra adentro, intercambiando con Antón cuncas con vino e historia.

Susana está en el país de mis sueños, comiendo frutas de un huerto, llorando con la aldea el silencio. Yo la extraño y bien la añoro, añoro todos sus pasos cuando tocan la tierra que guarda de mis raíces los choncos. Pero no existe en castellano, Susana, como no existe morriña ni saudade. Cada lengua con sus sentimientos propios, cada lengua llora a su manera. Susana en el país de las tristes maravillas y yo en este callejón sin salida. Yo no ignoro donde está Susana, lo sé a medias y el resto lo imagino entre mis sueños. Susana está en la casa de piedra, y yo no dejo de repetir: “t’enyoro”.

martes, 14 de julio de 2009

lo más complicado de emprender aquel camino juntos era en definitiva el acto cuasiutópico que suponía la sincronización de sus relojes.

paraugueiro





Quizás nos pierda el mundo algún día. Quizás lleguemos a escaparnos, compañero, de ese país-de-suicidas en que nacimos (¿pues dónde más íbamos a nacer?). Quizás cuando usté escale los Andes y silbe con flautas sus sueños, yo esté escondida en alguna pequeña aldea, cosechando patacas y flores, teniendo por lengua oficial la poesía. Y quizás sí, entonces, no habrá pulsación de luz ni telepatía freudiana que pueda hilvanarnos. No lo sé. Compañeiro, mi amigo, tengo también este dulce temor de perderlo.

Pero sucede que desde esta distancia rotunda, tan temporal y tan geográfica, desde esta tierra de ensueño en que me pierdo todos los días, pronuncio cotidianamente su nombre. En cada momento, en cada calle, en cada parquecito en que falta el sonido de su risa.
Hace seis días no llueve en Santiago. La gente va feliz, señalando el cielo mientras camina. Yo, en cambio, no deja de añorar una llovizna, una garúa al menos, una mañana orballada que acaso me permita salir a mojarme pensando, como me gusta pensar, que es el mismo aguacero, que se están mojando sus zapatos y el agua sube por sus ruedos mientras pisa los charcos en San José, que tiene gotitas en el sombrero y que se dispone a abrir un paraguas, acto que inevitablemente lo hace acordarse de mí.
No llueve, compañeiro, y retumba este miedo de perderlo. Me mojan mis propias lágrimas, mojan la carta que le escribo. Ya ve, no podríamos nunca perdernos. La lluvia deja todo mojado. Cuando no llueve los ojos nos regalan un aguacero.

Anoche soñé con vos

Te encontré barriendo el techo de este edificio que me recubre. Tenías el cabello más largo y tu piel relataba varias caricias del sol. Tenías los mismos lentes que ante mi ausencia sobrevivieron, y entre las manos cargabas huecos de abrazos y costras de viejos besos pendientes que no dejabas caducar. Yo me acerqué despacito, aunque bien quería correrme la vida, y te llamé suavemente como quien se traga un suspiro. Me miraste con nostalgia, con garúa de ojos y con sonrisas, y yo te miré con rabia, exhausta, ansiosa y desesperada. Tus abrazos ahuecados buscaron como un imán mis costados y de pronto nos fundimos en beso, latido, cuerpo y mano. Mis dedos buscaron tu barba, bebieron caricias hasta saciarse. Pasaron todos los tiempos, todas las gentes, todos los llantos. Con labios en la mirada me pediste que me quedara, yo con una gran sonrisa contesté que hoy me quedaba.

viernes, 10 de julio de 2009



“eu fáloa porque si, porque me gusta
porque me peta e quero e dame a gana
porque me sae de dentro, alá do fondo
dunha tristura aceda que me abrangue”

Celso Emilio Ferreiro – Deitado frente ao mar

Eu fáloa tamén, porque me gusta, porque conmóveme as tripas e faime tremer o sangue. Eu fáloa porque é fermosa, proletaria, lingua dun pobo, lingua campesiña, lingua de pescadores. Unha lingua de xigantes poetas, de tolos soñadores e mulleres grandiosas, lingua de campo e cidade, de mártires afoutos, de avoas e de novos. Eu fáloa porque si, porque me gusta, e aínda que non son aldeá (pero ben quixese selo) levo na carne tatuada a historia de estes doentes pobos. Camiño cada rúa que atopo, e entre os meus pasos vou escoitando o colorido cantar que esta xente emana. Escápanseme sempre os sorrisos. Falan e son como poetas perdidos que aínda non se descobren, como poetas inxenuos que a causa de exhalar toda a súa vida poesía, non poden comprender que as súas palabras esgazan. Lingua galega que amo, lingua de fala e de letras, lingua de resistencia. Lingua que me narra historias dunha nostalxia profunda, nostalxia dos tempos ceibes que aínda non chegarán. Lingua triste e valente, lingua de pobo humilde, lingua morriña. Eu fáloa, si, porque me gusta.

domingo, 17 de mayo de 2009

Triste domingo interminable

Debí haberlo comprendido antes, al menos algunas horas antes de adentrarme en esta oscuridad. Este domingo nefasto se me adhiere a la piel cada vez que intento despertarlo. Debí haber escuchado mi tristeza interna, esa que dejo pasar por alto desde que se me volvió hábito, vicio y costumbre. Cada siesta involuntaria que tomo, cada pesadilla inevitable en que me sumerjo, todo era apenas domingo, domingo este, tan gris y tan necio. Debí haberme dormido de nuevo, cada vez, cada sobresalto y taquicardia que me despertaron, debí haberme quedado en la cama sin importar cuántas páginas tenía que recitar hoy, debí haberlo dormido entero, domingo diecisiete de mayo, domingo gris y nefasto. Y en cambio desperté y escuché el silencio asfixiante, la quietud insoportable de algo que sale de lo trivial. Quizás otro diafunto, como diría Carlos, quizás apenas mis ganas de creerme la potencialidad violenta de cambios en el clima. Quizás cuando por enésima vez me despertó un mal sueño, y en mi cabeza tarareaba a Chico Buarque “duerme mi pequeña no vale la pena despertar”, quizás en lugar de enojarme y reclamarle al domingo que me obliga a auto-cantarme mórbidas nanas , reclamarle que no estás vos, ni siquiera para decirme que mejor me quede durmiendo, que no abra los ojos, para decirme pequeña, o cualquier nominación que se te plazca, yo, quizás, debí en lugar de berrinche haber emprendido nuevamente el sueño. Y no lo hice. Desperté a medias y a intervalos, apenas para enterarme que en este domingo turbio, calladísimo y pegajoso, gris hasta las ojeras, mal soñado y solitario, en este domingo triste, como tristes son muchas veces los días, se nos murió Benedetti, se quedó calladito como este maldito domingo con su silencio absurdo y su quietud tan de muerto. Pero mientras muere un dios su muerte irrevocable, este domingo gris finge diez veces su muerte, y en un arrebato de crueldad perversa pareciese amenazarnos con no acabarse más nunca. Triste domingo interminable. Tenía razón Chico Buarque martillando en mi cabeza, hoy no había que despertarse.

jueves, 7 de mayo de 2009

planes para mañana

chusmillas, tractomulas y cualquiera que se sienta convocad@

A veces, sólo a veces, el vacío del afuera es infinitamente comparable al vacío interno que se carga a cuestas. Equilibrio insoportable. Es cuando no queda de otra que amarrarse los zapatos, o el pelo, o las enaguas, o lo que pueda amarrarse, da igual. Y así amarrado o amarrada salirse a caminar, a encontrar caras igualmente fruncidas entre la muchedumbre con faz de distracción. Y ahí está. Enciéndase un fueguito, ofrezca su mano y su beso, abra un paraguas o dos, prométale una compañía de vida, o al menos de ratito, o de cuánto se haga necesario. Núeguele a Santa Lucía porque aparezca doña Miriam, o en su defecto cualquier señora que le invite irse de viaje. Y ya con neblina adentro, que por supuesto no es lo mismo que vacío, puede intentar desafiar prohibiciones porcinas y escaseces paranoides, y en algún rincón mugriento de un bar de malasgentes, donde crecen contra todo pronóstico flores y hermandades eternas, ahí puede intentar también descompensar ese equilibrio incómodo entre equiparables vacíos, llenar su boca y garganta con líquidos destilados y acumularlo en la panza todo por un rato, para sentir que algo se anda, que adentro no es lo mismo que afuera, que aunque el interior es hueco no está vacío ni plagado de contenido ausente. Llénese la boca de risas, aunque tenga que agarrarlas del aire. Llénese los párpados de seca, cédale a otros líquidos sus lluvias. Y llénese las manos de gente, eso es lo más importante, no es que puedan llenarle el vacío, pero sin duda ayudaránle a distraerlo.

martes, 5 de mayo de 2009

No sé por qué doy vueltas y rodeos que aplazan mis arribos, no sé, por qué postergo una y otra vez mi llegada, si al final termino siempre tropezando con su tumba en mis paseos como en mis huídas. No sé por qué no agarro de una vez el bus a Coronado, y en su lugar pretendo escaparme de ese encuentro, de esa meta recurrente adonde acaban mis lágrimas. En cualquier caso resulta siempre igual. Entro por el portón abierto y camino a la derecha sobre el césped hasta encontrarme su tumba, y ahí me quedo mirándola, como si todavía no acabase de entender cómo es que llegó usted a estar ahí, y no yo, que hubiese parecido lo más certero. Lo miro con envidia, y no de la buena, ese cubículo blanco que es su ya no tan nueva casa, el silencio de voces adornado apenas con el ruido de llantas y motores que no se detienen a preguntarle cómo anda. Usted tan callado como siempre, tan tragándose la rabia que ya ha de habérsele disipado al encontrar su triunfo perverso, la burla de todos los que nos quedamos mirando. Yo miro con fijeza ese dos mil dos y me dan ganas de vomitarme los años. Cómo ha pasado el tiempo y usted siempre tan callado, y yo sin haber podido nunca llegar a vocearlo. Usted con sus ojos de fresa más cerrados que hace 7 años, más cerrados que siempre y jamás hemos podido nosotros cerrarlos. Me da envidia de la fea, de esa que algún conservador describiría de enferma, y un hidropónico compartiría al instante. Usted con su arritmia certera, con la puntería exacta de un guerrero valiente, y yo, apenas con una taquicardia que ni cosquillas hace, con un diagnóstico para idiotas que no creen en el placebo. Sí, me da envidia esa suerte suya, suerte que aquel conservador llamaría desgracia o injusticia, pero un hidropónico derramaría las babas con la mera posibilidad de contagiarla. Y entonces suelto la carcajada fría que constituyen mis llantos y le lloro unos cantos salados mojándole esa casa suya que ahora está siempre tan blanca. Cuando por fin me callo y pongo curitas sobre las heridas que cargo en las pupilas, le pido perdón a usted, y no al mundo ni al tiempo, ni a sus amigos, profesores y familias, a usted por envidiarlo tanto y desearle la vida a cambio de su suerte. Va a disculparme, sí, aunque no quiera, porque esa es la ventaja de estar muerto, ya a usted nada le importa, si yo vengo a llorarle mis secretos y le reclamo la noche en que hace seis años, once meses y veintiocho días me robó usted mi campo y mi turno en la fila, sí, nada le importa ni escucha mis palabras, ni sabe que le hablo de usted y que lo visito con frecuencia, usted no sabe nada, y esa es la ventaja de estar muerto.

domingo, 3 de mayo de 2009

calendario lloroso

Tengo ganas de llorarme el almanaque. Los días feriados, los cualquieras, toda su sucesión que con irreparable insolencia pasa sobre mi vida dejándome las huellas de sus cascos. Tengo ganas de llorarme el almanaque, y no, no es porque haya amanecido lloviendo. Mis lágrimas más que líquido son tiempo, van dibujando los meses, las semanas aquellas, van deformando mis huesos como deforma el tiempo las ramas de los árboles, los remos de los botes, las verjas del cementerio. Yo apenas procuro atenuar dolores, existir los días como si fueran gotas. Y entonces el llanto deviene necesario e isotópico. No queda más que llorar la vida, y llorar el almanaque, y querer hacerlo cuando amanece lloviendo como cuando amanece a secas. No queda más que llorar la vida y el alamanaque entero, queriendo hacerlo, porque no queda de otra.

lunes, 27 de abril de 2009

dispositivos de seguridad


reporte de mi mañana:

1- cuando, por distracción, cansancio, conato de delito o simple desacato, alguien intenta salir de la biblioteca Federico Tinoco por la puerta de entrada, es decir, sin pasar por el registro mandatorio de bolsos, se activa un pito estruendoso que de golpe voltea toda mirada (incluyendo la propia) hacia la persona infractora. Después, le indican amablemente que debe pasar por la otra puerta. El pito le queda grande a esta biblioteca.

2- las noticias reportan erróneamente los efectos de la fiebre porcina. dicen que es como un resfrío fuerte, que tumba hasta los cuerpos tropicales acostumbrados al dengue, y los guía hacia un encuentro frente a frente con la muerte. pero no es cierto, los noticieros mienten. la ministra de salud nos miente. la fiebre porcina lo que causa es locura, paranoia severa con síntomas manifiestos en el cerebro, el sistema digestivo y el corazón. la gente enloquece en las ciudades, cierra las puertas de su casa, falta al trabajo, esconde a sus hijos en cuartos con llave, se cubre la cara con una máscara y le niega a su cuerpo el roce con cualquier otra carne. las gentes enloquecidas miran con ira los rostros que van topándose por la calle. vomitan las carnes de cerdo, niegan cualquier ascendencia mexicana que desdibuje su linaje. claman cerrar las fronteras, como cerraron las puertas de toda su existencia. la fiebre porcina es una enfermedad de la vida, de la confianza y el contacto humano. el virus, mutación de un atiquísimo tirano, se alimenta de los miedos de las gentes, y sobre éstas ejerce su despótico e infeccioso mandato.
mejor no cierre la puerta, la muerte es más llevadera cuando se tiene a alguien al lado. no haga caso a prescripciones espurias, que vacunarse contra la gente en nada previene el contagio.

sábado, 25 de abril de 2009

rebelión ambidiestra

Una semana ya de ser zurda. Un recuerdo tristísimo de infancia, una ortopedia moral que redireccionaba adrede mi escritura. La ruptura con esa insistencia necia, y mirar a mi mano izquierda dibujando letras indiferenciables de las derechas. Asumir ese hombrecito aliñado y que no me importe.

Trazo con lentitud las letras, con una plausibilidad envidada por cualquier estudiante de primer grado. Entre los trazos voy dejando huellas pequeñitas de mi cuerpo, y el ritmo pausado me transfiere su tempo falto de angustia. Una semana ya de ser zurda, y mi vida profundamente ambidiestra.

jueves, 23 de abril de 2009

desolación climática

Las gotas que no caen donde deben caer. La lluvia que golpea mi ventana de forma diagonal. Las gotas que no caen, las lágrimas que se lloran, las esperas que se enrolan sin poderse encender. Sentarse sobre sábanas que anoche no fueron dormidas, sentarse con las manos rotas, cansadas de escribir con su reverso el nombre, el silencio inevitable de una soledad que no se atreve a llegar. Los insomnios que cargan aniversarios secos, la saliva amarga a falta de vinos y humos, el hambre despedazada hasta el cansancio, despedazado todo, el árbol, la ausencia, los caminos. La espalda encorvada y pálida, falta de sol y caricias, de bailes nebulosos puliendo sus esquinas. Las palabras calladas. Las ojeras bien puestas. Las gotas de una lluvia que no moja. La falta de aguacero en día nublado.

lunes, 20 de abril de 2009

que ya acabe esta noche y esta luna de abril
para caer al infierno no es preciso morir

miércoles, 15 de abril de 2009

au-delà

Camino y mis pasos suenan percursionando tus lágrimas. Mi sombra acompaña tu cuerpo que se arrastra dejando huellas de carne entre los rodapiés y el suelo. Yo sólo camino en silencio, y aguanto mis respiros para no explotarme en llanto. En silencio retumban tus blasfemias, la declaración de guerra contra la eternidad inmensa. Y yo apenas me paro a tu lado. No intento levantarte. Comprendo que caerse es parte de este vivir que ensayamos. Sólo te sigo, camino sobre el rastro de tus gritos y espero con dolor entre los párpados tu beso. Encojo los hombros, como buscando esquivar las espinas filosas que sin querer sudan tus huesos. El mundo, ese camino que abandonaste con deliberación insolente, palpita, gruñe objetando tus renuncias. Yo apenas me paro a tu lado. Me guardo los llantos. Te muestro mi sombra.

miércoles, 8 de abril de 2009

desbúsquedas y desencuentros

Peor es cuando llego y encuentro que he buscado; los cajones atravesados por mi habitación, las gavetas vacías en el piso, sus contenidos revolcándose despaciosos, como vómito espeso, mis manos arañadas por la lluvia, el silencio vapuleándome los tímpanos, todo en desorden, todo vuelto al revés, y no hay dónde sentarse a llorarse la vida, se mojarían los papeles, el vómito espeso, el vacío tan repleto, la ausencia perdida. No hay dónde sentarse a llorarse la vida y hay que tragarse el llanto, atravesar el cuarto en puntillas buscando la puerta y procurar no aplastar una flor o un cadáver al caer al suelo. Peor es cuando busco y no encuentro nada, peor es cuando no encuentro sombras ni huellas ni rastros, peor es cuando tropiezo entre oleadas de hallazgos fugaces y completamente irrelevantes. Peor es cuando no encuentro. Peor es cuando busco sin buscar nada.

sábado, 4 de abril de 2009

En aquel intento de asalto a la vida sólo me hiciste falta vos.

miércoles, 1 de abril de 2009

Pero que sea verdad

Bebámonos la angustia en copas gruesas. Tapémosle los ojos al rencor. Caminemos las geografías limitadas de los cuerpos, las curvaturas imperfectas que se dibujan alrededor de un beso. Olvidemos el mundo, el tiempo cronometrando los encuentros, aferrémonos con fuerza a este purgatorio tibio al que hemos ascendido tras la eternidad de un grito. Ocultémonos, escondamos las palabras, guardémoslas tras las piedras, cual abuelo galego, como queriendo reservárselas a algún momento que las mereciese. Amémonos, como se aman dos ciegos cansados en este purgatorio, como se aman dos viejos que, luego de haberse explorado durante sesenta y ocho años, por gracia de un empujón del Alzheimer, retornan al momento virginal de aquel primer encuentro. Encontrémonos, pero más que encontrarnos, busquémonos. Construyamos las caricias que nos faltan al lado de las que no hemos alcanzado a imaginar. Murámonos, como se mueren los vivos, llenos de angustia y reproches, sumidos en la pastosidad tierna de lo cotidiano, donde con demasiada frecuencia se subestiman las compañías.

martes, 31 de marzo de 2009

si no muero de calor en el intento

y sí, prometo quererles mucho si no muero de calor en el intento. Prometo soltar las riendas y dejar mi necia maña de querer tasarlo todo. Prometo extender mis manos completamente vacías, para que ustedes tomen lo que son: dos manos. Mis ojos, mis gritos, las lágrimas que con frecuencia derramo, las palabras que no escatimo ante la vista, las que involuntariamente callo antes de que puedan llegar a sus oídos. Mi risa temblorosa cuando vuelo, su versión más genérica cuando río, mis ganas de querer quemar el mundo, y la frondosa conciencia de haberlo perdido todo. Prometo darles todo esto, que es muy poco, por supuesto, y ofrecer nada más que esto que tengo; esperar apenas su sonrisa, solidaria, cotidiana y tranquila, esperar de ustedes si acaso un recíproco tratado de cariño. Y sí, si no muero en el intento, de calor o de profundo vaciamiento de remaches, promete quererles mucho, casi demasiado, quizás finalmente libre de forma alguna.

jueves, 26 de marzo de 2009

llamado

y a veces todavía preguntan por qué no me gusta el teléfono

Me duelen tanto los ojos y en medio de esta ausencia de voces me resulta escandaloso el chillar de un grillo afuera de mi ventana, el gruñido de mis tripas, la madera que cruje en lugares que no alcanzo a visitar. El ritmo inmutable, conocido y registrado en la memoria desde los tres años, esa melodía monótona y detestable que acelera los latidos y revuelve el intestino, la tonada seca que me tira el timbrar del teléfono que no vas a contestar. Aún así la escucho, y aguardo con angustia su previsible final. Mi mano sudorosa se aferra a aquel aparato, lo estruja como queriendo sacarle de sus entrañas tu voz. Mis ojos que irremediablemente te buscan en este espacio vacío, en esta habitación que me queda dos tallas más grande. Sigo escuchando esta melodía genérica, imaginando tus rincones y las líneas de tu cuerpo, imaginando los espacios que habitás, las calles que estás caminando, las voces, los rostros, las botellas que tocan tu cuerpo en este instante en que yo no lo hago. Y luego todo se descompone en lágrima y contracciones de músculos desordenados. El previsible final ocurre. Mi soledad se extiende. Los ruidos no dejan de incomodarme.

sábado, 21 de marzo de 2009

Relato de un olvido soñado

Me encontré su nombre perdido en un sueño. Parecía lejano, cambiado, con las puntas deformadas, carcomidas como rocas en la playa cuando las baña el arduo dolor del tiempo. Yo lo leí, lo repasé con necedad inquieta y pronuncié sus curvas insistentemente, como queriendo saborearlas al derretirse en mi lengua. Mi murmullo se fue tornando en grito, el acento fue formando un canto. Y desperté a los muertos que me fueron apareciendo como invocaciones turbias y añoradas en ese campo sagrado en que el sueño borra soledades y ausencias. Me tocaban con sus manos de muerto, que en aquella geografía heterotópica no eran más que manos y dedos. Intentaban hablarme y yo, sumida en el transenombre, seguía cantando a gritos los fonemas que demarcan su silueta. Juntáronse nuestras voces, la del sueño y las de muerto, entonando con espeluznante dulzura un coro que sacudía el monótono vibrar del corazón. Dolían las gargantas y las voces, las pieles erizadas, las puntas de los dedos, dolían lágrimas hacinadas en las bolsas ojerosas, dolía el sueño, el canto, el nombre, la ausencia, el tiempo, la suma de esas letras que no paraba de pronunciar.

Desperté sobresaltada con un cosquilleo angustioso, mi mente tambaleándose entre montañas ahora innombrables, y en la punta de mi lengua una necesidad imperante por conjugar las sílabas que invocarían de los sueños el pasado inexistente. Y fracaso. Sumida en la vigilia que abarca tierras recorridas, choco con las fronteras que imponen su verdad sobre mi canto desarticulado. Busco desesperadamente en cada esquina de mi memoria, busco las huellas de muerto sobre mi piel aún eriza, balbuceo al borde del llanto un borbolleo de ruidos sin tonalidad melódica. Y me rindo. Suspiro con violencia al comprender que no podré conjugar su nombre. Lo he olvidado.

jueves, 19 de marzo de 2009

urgente llamado de auxilo

p o r f a v o r

alguien que me regale un texto,
un poema chiquito,
aunque sea el comienzo de un verso.
me pierdo en un mar de números sin ritmo
no encuentro la locura entre mis sesos,
me cuesta respirar afuera del exilio.

miércoles, 4 de marzo de 2009

lunamitad

Hoy la luna no es turca y apenas me enseña la mitad de los dientes cuando le pido un abrazo. Yo la miro sin remedio, como se mira el tiempo cuando no queda de otra, como se miran las hojas de un árbol flaco y demasiado seco para su corta edad. Ella, solitaria, desde su lejanía me extiende telegramas que no entiendo, pero recibo. Su faz exigua relata cicatrices, relieves que recuerdan los días que no son ayer. En ese espacio turbio en que ahora la encuentro, las nubes estorbando, el frío, el viento, el eco... Todo parece un suspiro, todo respira, sacúdese el silencio roto, la luna con su mitad ausente, y yo, mirando desde mi ventana la luz que a medias lanza su intrépida vejez sobre mi cara.

domingo, 1 de marzo de 2009

El rap del paraguas

ADVERTENCIA: este rap se lee mejor bajo un paraguas. Si no tiene uno a mano, le recomiendo usar su imaginación y atenerse a las consecuencias. Si tampoco tiene a mano su imaginación, será mejor que se abstenga de leerlo.

Vamos a abrir un paraguas,
contra la lluvia que fragua
los caminos torcidos,
los ánimos perdidos,
las ganas de correr cuando amanece el día,
correr como revienta una tormenta fría,
los dichos, los refranes, los zaaas y las canciones,
vamo'a entonarlo todo al ritmo de los calzones.

Parece que va llover, el cielo se está nublando,
saque el paraguas, compa, y nos vamos calentando,
Entre las líneas del tren las sombras van caminando,
saque el paraguas, compa, y nos vamos calentando.

Así, como enturbiando lagos,
como tirando piedra hacia todo lado,
que suene a charleston con cumbia mezclado
como suenan los sesos cuando se come helado.
Que me alcance quien pueda,
que me sigan las ruedas,
a los labios, las palabras, las múltiples historias,
póngales banquete, écheles euforia,
que se viene el trailer-tren que su corneta repite
que no lo deje a usted, compa, cómase el confite.
Ahora montados todos en la carreta sin buey
hey, al cassette de las ardillitas póngale pley!

Parece que va llover, el cielo se está nublando,
saque el paraguas, compa, y nos vamos calentando,
Entre las líneas del tren las sombras van caminando,
saque el paraguas, compa, y nos vamos calentando.

De Paraguay a Turquía en una bocanada,
yo invito al pasaje, pague
usté con carcajada.
Llegó el momento de sacar el mecate,
amarrarlo a la frente y comenzar el rescate.
Vamo'a leer Rusó como los viejos,
vamo'a seguir a Fucó como los necios,
y en tutoría con Hendrix aprender a dar un beso,
con los ojos al cielo, con nariz de sabueso.
Y pa'que que no le pasen políticos por la mente
limpie el viomaster, echele buen detergente,
busque el portón abierto de algún viejo calvo
y láncese contra el suelo como juntando algo.
zaaaaaaaaa!

Parece que va llover, el cielo se está nublando,
saque el paraguas, compa, y nos vamos calentando,
Entre las líneas del tren las sombras van caminando,
saque el paraguas, compa, y nos vamos calentando.

lunes, 23 de febrero de 2009

Cuando al mar le duele el corazón

escrito en pleno insmonio

A mí me dolió el corazón. No la cabeza ni las tripas nueganosas, no la cordura, ni la memoria, ni siquiera las piernas o las palmas de las manos. No me dolió la metáfora, me dolió el corazón. Lo sentí batirse y engordarse mucho, escupir borbotones de espuma espesa y arenosa, y partirse en dos. Me dolió despacio, como duelen los besos, como duele la noche antes de despertar. Yo miré la luna con mis ojos revueltos y la encontré seca, brillante, lejana. Me dolió la vida, la semana entera, me dolió el respiro como un rasguño filoso delineando el corazón. Me dolió ese músculo con toda su sangre, las arterias, la arritmia, el latido, el corazón. Me dolió, de veras, mientras se encorvaba y pasé las horas con su ritmo atravesándome la respiración. Me dolió en la vida, en la semana entrera, en la luna nueva. Me dolió el corazón.

martes, 17 de febrero de 2009

Tonada para un caminate

Carlos tiene los párpados fríos
nos contagia a todos sus caminos.
En la herida que lleva su nombre
cabe el mar, cabe un gran papalote.

Entre pelo y sombrero sus sueños
nada muy despegado del suelo.
Él valiente aguanta el sol del día
traga la vida sin utopías.

Carlos tiene los pasos pendientes
y una sonrisa rota en las dientes.
Entre dedos le crecen palabras
que conjuga en textos que desgarran.

Carga un paraguas contra el hastío
y la risa de algunos amigos.
Un día lo miraremos marcharse
cuando con sus pies trace los Andes.

lunes, 16 de febrero de 2009

Sobre el devorador fenómeno de las semanas

Gracias Vallejo, profeta de llantos y existencias

No estamos solos en esto. La hidroponía es apenas la forma más reciente de esta lacerante existencia. Antes, ya lo han contado los dioses, hubo llantos tan perennes como los nuestros. Hubo soledad llovida y gritos sin techo interpolando los días y los sueños, y el silencio. Hubo piernas corriendo hacia ninguna parte, nudillos rotos, pintados con sangre, huesos que tiemblan, tripas, hubo flores que muestran la belleza que puede encerrar la muerte. Y así, en un día probablemente tan insulso como este, tomo la pluma Vallejo y escribió: "¡Tántos años y siempre mis semanas!…"

Sabio epitafio nos dicta cuando escritura su vivir entre dolencias. Y entonces, de pronto, nos vemos rodeados de compañías solidarias: una pipa rústica e imperfecta, un perro sin dueño cuidándonos los pasos, los rieles herrumbrados y torcidos, las calles de Nandaime, las semillas, papalotes y paraguas y una infinidad de versos que comparten gotas y pesadumbres que les va calando el pasar de los días.

No estamos solos, nunca lo hemos estado. No somos un grupo reducido de parias llorando las caricias que el viento nos arrebata. Lo vivieron otros, lo dolieron otras. Y cuando al amanecer confundo luces con las sombras, sé que habrá otros ojos nublados, otras sonrisas abortadas, otros silencios tiesos, otras manos inquietas revolcando telas. Como yo, como nosotros, como alguienes que andan por la vida tropezando con vacío y con la nada. Es esto lo que lo hace posible, este ritmo palpitante que de en vez en cuando sincronizamos con las gentes, las palabras y los trillos apenas delineados por los que caminamos.

Tuvo también Vallejo sus semanas, como las tengo yo y las tienen los míos, tuvo sus años que también fueron semanas, y lloró sus días eternos y los vivió todos, vivió hasta su muerte y lo escribió todo. “¡Tanta vida y jamás! ¡Y tantos años,
y siempre, mucho siempre, siempre, siempre!”


viernes, 6 de febrero de 2009

Duélame

Duélame el día cinco de febrero como dolieron el 2 y el 4, y como dolerán los días siguientes. Duélame la vida, el cuerpo, los ojos, la barriga, el colon y el año veinticuatro que apenas comienza. Duélame y nuégueme las tripas, y aráñeme la duramadre, destaje mis nudillos, róbeme el sueño, duélame. Duélame mientras haya chusmillas y parias en patines, mientras un gato negro maulle en mis madrugadas y desde el caño me sigan llegando noticias. Duélame entre los bastones, sobre el paraguas roto, en los bordes de las letras que dibujo. ¡Qué me duela! Duélame el día y la noche, la semana entera, duélame la vida y la muerte ausente. Duélame todo, transpíreme las sienes, duélame todo.

viernes, 30 de enero de 2009

Yo tengo la derrota intercalada en los huesos

Despierto, hay un olor a dulce en el aire, el sol pinta otras capas de amarillos y naranjas sobre las flores que regala mi ventana, y yo sonrío. Pienso que será un buen día, uno de esos pocos que pasan tranquilos por la tráquea y resbalan lentamente por el esófago hasta el estómago, donde son digeridos sin mayor problema. Sonrío pensando que gané la batalla, que dejo atrás veinte días de abstinencias y cuidados obsesivos. No hago espavientos, no canto a gritos mi victoria, guardo cautela, la celebro con absoluta discreción. Un comentario aislado, quizás, un susurro contento, nada grande, apenas esta sonrisa que me atrevo a dibujar como tímida bandera victoriosa.
No duró más de tres horas.
El desayuno, el agua refrescante de la ducha y de pronto ¡ah! el punzón en el vientre, el golpe inesperado en la barriga que de un soplo desploma el ego, lo desmenuza en pedazos y lo prepara para ser expulsado del cuerpo, cual desecho indeseable, cual ingesta mal digerida. El dolor en la tripa, la aflicción envolvente que se torna rotunda, sofocante. El dolor insolente de una batalla perdida, de la contundente derrota, de la ingenuidad matutina. El dolor que rompe las paredes de carne, que se filtra en los huesos, en las manos y en los ojos, y lo ocupa todo. Subyugación astuta, avasalladora e imponente. La escacez de las fuerzas, las cortas lágrimas en los ojos, la marea de desesperación alcalina que acaba por adormecer las ansias de venganza. La anemia que asecha ya de cerca, el hambre que se ha vuelto una constante, la frustración de saberse inutil y gigante, y la derrota. El cuerpo, debil, falto de honor y exahusto, se rinde. Se rinde como se rinden las tierras cuando ya nadie las defiende, como se rinden los lares cuando les son arrebatados los suelos, los orgullos, las vidas, los funerales y las flores.

miércoles, 21 de enero de 2009

Conozca a su inquilino

A mi blastocystis hominis
considérese una declaración de guerra

Señor de su propio reino, poblador de feudos intestinos, no conoce la muerte en exteriores ni le teme al ácido cráter de un estómago encendido. Vestido de galas y quistes entra en cual fiesta desea, no importa si es humano o bovino, no importa si es repitil, si es un pez, cucaracha, ave, roedor o anfibio.

Señor de su propio reino, ni hongo ni protozoo, despliega organelas y levaduras, rozando con ambos bandos sus codos. Morfológicamente diverso, de intermitentes taxonomías, flexible en sus modas y gustos, cambia a menudo de abrigo según vaya pintando el día.

Señor de su propio reino, usurpa intestinos ajenos, construye moradas feroces y castillos que resisten al tiempo. Milenario guerrero sabio, conquistador de cinco continentes, no existe tregua en su idioma, sus batallas todas culminan en duelos a muerte.

Señor de su propio reino, no paga tributos ni impuestos, no atiende desahucios letales, ni esconde su goce perverso. Granular, vacuola, ameba o quiste, no importa cual sea su humor, señor de su propio reino, gobierna tripas y cuerpos bajo un régimen de terror.

martes, 13 de enero de 2009

escrito en plena ausencia

A veces me absorbe el silencio pastoso que deja el mediodía cuando pasa. La pantalla en blanco, las páginas vacías, las manos recorriendo con nostálgico empeño las arrugas de las sábanas, las paredes tibias, las formas de mis brazos que se sienten dormidos. El silencio más que arrullar me aturde, me roba los instantes en que podría pensarte. Busco con sed tu sombra, busco tu olor regado entre ropas añejas y botellas vacías. Me aferro a los ojos que no encuentro, los busco entre mis labios que hace algunas horas intentaron amarrarte con ternura. Este continuo perderte, esta renuncia diaria que inflige tu partida... Otra vez tu casa y la mía, otra vez mi sillón que aún no es nuestro. Las paredes, las calles, las rotondas, los múltiples distritos que nos separan los cuerpos, la frialdad de las letras de pantalla, la misma inseguridad de tripa que cargo desde hace más de tres años, el miedo, las lágrimas desbordadas, la angustiosa nostalgia, la nostalgia. La absurda timidez, la paranoia. Las ganas de serte así de necesaria. El odio a los fantasmas que me llaman. La frustración de sólido desempleo. La nostalgia, la ausencia, la derrota. La nostalgia que transcurre esta existencia.