martes, 14 de julio de 2009

lo más complicado de emprender aquel camino juntos era en definitiva el acto cuasiutópico que suponía la sincronización de sus relojes.

paraugueiro





Quizás nos pierda el mundo algún día. Quizás lleguemos a escaparnos, compañero, de ese país-de-suicidas en que nacimos (¿pues dónde más íbamos a nacer?). Quizás cuando usté escale los Andes y silbe con flautas sus sueños, yo esté escondida en alguna pequeña aldea, cosechando patacas y flores, teniendo por lengua oficial la poesía. Y quizás sí, entonces, no habrá pulsación de luz ni telepatía freudiana que pueda hilvanarnos. No lo sé. Compañeiro, mi amigo, tengo también este dulce temor de perderlo.

Pero sucede que desde esta distancia rotunda, tan temporal y tan geográfica, desde esta tierra de ensueño en que me pierdo todos los días, pronuncio cotidianamente su nombre. En cada momento, en cada calle, en cada parquecito en que falta el sonido de su risa.
Hace seis días no llueve en Santiago. La gente va feliz, señalando el cielo mientras camina. Yo, en cambio, no deja de añorar una llovizna, una garúa al menos, una mañana orballada que acaso me permita salir a mojarme pensando, como me gusta pensar, que es el mismo aguacero, que se están mojando sus zapatos y el agua sube por sus ruedos mientras pisa los charcos en San José, que tiene gotitas en el sombrero y que se dispone a abrir un paraguas, acto que inevitablemente lo hace acordarse de mí.
No llueve, compañeiro, y retumba este miedo de perderlo. Me mojan mis propias lágrimas, mojan la carta que le escribo. Ya ve, no podríamos nunca perdernos. La lluvia deja todo mojado. Cuando no llueve los ojos nos regalan un aguacero.

Anoche soñé con vos

Te encontré barriendo el techo de este edificio que me recubre. Tenías el cabello más largo y tu piel relataba varias caricias del sol. Tenías los mismos lentes que ante mi ausencia sobrevivieron, y entre las manos cargabas huecos de abrazos y costras de viejos besos pendientes que no dejabas caducar. Yo me acerqué despacito, aunque bien quería correrme la vida, y te llamé suavemente como quien se traga un suspiro. Me miraste con nostalgia, con garúa de ojos y con sonrisas, y yo te miré con rabia, exhausta, ansiosa y desesperada. Tus abrazos ahuecados buscaron como un imán mis costados y de pronto nos fundimos en beso, latido, cuerpo y mano. Mis dedos buscaron tu barba, bebieron caricias hasta saciarse. Pasaron todos los tiempos, todas las gentes, todos los llantos. Con labios en la mirada me pediste que me quedara, yo con una gran sonrisa contesté que hoy me quedaba.

viernes, 10 de julio de 2009



“eu fáloa porque si, porque me gusta
porque me peta e quero e dame a gana
porque me sae de dentro, alá do fondo
dunha tristura aceda que me abrangue”

Celso Emilio Ferreiro – Deitado frente ao mar

Eu fáloa tamén, porque me gusta, porque conmóveme as tripas e faime tremer o sangue. Eu fáloa porque é fermosa, proletaria, lingua dun pobo, lingua campesiña, lingua de pescadores. Unha lingua de xigantes poetas, de tolos soñadores e mulleres grandiosas, lingua de campo e cidade, de mártires afoutos, de avoas e de novos. Eu fáloa porque si, porque me gusta, e aínda que non son aldeá (pero ben quixese selo) levo na carne tatuada a historia de estes doentes pobos. Camiño cada rúa que atopo, e entre os meus pasos vou escoitando o colorido cantar que esta xente emana. Escápanseme sempre os sorrisos. Falan e son como poetas perdidos que aínda non se descobren, como poetas inxenuos que a causa de exhalar toda a súa vida poesía, non poden comprender que as súas palabras esgazan. Lingua galega que amo, lingua de fala e de letras, lingua de resistencia. Lingua que me narra historias dunha nostalxia profunda, nostalxia dos tempos ceibes que aínda non chegarán. Lingua triste e valente, lingua de pobo humilde, lingua morriña. Eu fáloa, si, porque me gusta.