Solo faltaba la música. Bien, faltaban muchas cosas: la masa digerible en el estómago, el alcohol en la venas, el humo en los ojos. Pero bueno, digamos que no faltaba nada. Los pies como hormigas trabajosas, como serpientes ciegas, arrastrando camino y destino, escupas, historia, puntitos de polvos diversos, de piedras molidas, de aceras gastadas. Caminaba y sin parar pensaba, esta ciudad me resulta habitable, me resulta odiosa, con sus pitos necios, sus mendigos friolentos, sus calles escupidas, sus escupas secas, las caras de desconocidos incontables, sus vidas todas desperdigadas, los contrastes que hacen torcer la tripa, la falta de silencio, los versos y gritos de paredes, la gente tan perdida y absorta, la gente, las aceras, los semáforos. Esta ciudad me resulta amigable.
Camino y me adentro en un parque, le creo la mentira de sus copas, el cielo despejado pero frío, el ruido de motores en mi espalda. Hay poco que pudiese yo ofrecerle, apenas si consigo caminarle, soy como un pez pequeño sin cardumen, un pez exactamente sin cardumen.
Cambié por dos libros mi almuerzo, dispuse mis dedos al frío y tarareando en mi cabeza las canciones, dibujé sobre la planta de mis pies sus ríos, sus calles hipotérmicas, sus cruces, cada relieve absurdo que mis pies tocaban, la gente aglomerada en las esquinas, los carros tan feroces como perros, la ausencia de sentido en todo aquello, en todo esto, en todo lo que toco y lo que existo, tatué su nombre entero en mi libreta y con un entusiasmo humilde resolví que bien podría vivir aquí.
La música falta para opacar los carros. Los libros sustituyen la comida. La astucia resuelve la cerveza y la solidaridad sopla aires calientes en las sienes. No se equivocaban las canciones: no existe la vida en otro lado. La vida es siempre esta que cargamos, con piel, con sangre y forma autobiográfica, esta que es el molde de existencia, la casa irrenunciable de la infancia, las letras imborrables de la historia, la nausea atravesada en la garganta, los ojos sin destino y si retorno, las manos tan vacías como siempre, los pies con cosquilleos irrelevantes.
Bien pienso que podría vivir aquí. Esta ciudad me resulta caminable.