Todo el mundo asume que soy mujer. Ni siquiera una mujer, como decir un tipo, una especie de ese género, no, Mujer, así de tajante y completa, con todo el peso totalizante del término: MUJER. Supongo que es por mi cara, por la visible curva que dibujan mis pechos bajo una blusa, no sé, por mi cintura, porque a mi pareja le crecer una barba, porque me afeito las piernas y me viene la regla cada 28 días y a veces se retrasa y me hace perder el sueño la preocupación. Pues sí, todo el mundo asume que soy Mujer.
Lo cierto es que nunca he terminado de convencerme, aún no le doy mi adhesión al partido. De pequeña no entendía el alboroto, por qué era un problema querer jugar con los niños, bostezar con las muñecas, pedir tacos de futbol para el cumpleaños, preferir el disfraz de supermán sobre el de superchica, en fin… Luego la adolescencia, los deportes extremos, detestar el matrimonio, el no rotundo al maquillaje, los ligues, el chingue y las imágenes. No entendía un carajo, pero me quedaba callada. El colegio era de por sí el infierno, valía más mezclarme y esconderme en aquella masa de Mujeres.
Y luego estaba todo el resto: las muchachas con los muchachos, pero sólo para sexo, no vayan a confundirse jamás. Bien lo dicta la naturaleza, hombre-mujer, siempre hombre-mujer. Y así los chistes de los “invertidos”, de los rastros de una barba en el rostro de algunas muchachas, de la voz fina de aquel compañero, de las niñas que se tomaban de la mano. Todo siempre tan incomprensible.
Usted piensa que yo soy Mujer, como probablemente lo afirman mis exnovios y mi ginecóloga, y cualquier otra persona que ha echado un vistazo entre mis piernas. Bueno, no cualquier otra persona. Algunos, algunas, saben mi secreto que no es tan secreto: de mujer algo tendré, es cierto, pero no llego a llamarme Mujer. Soy más un híbrido sin nombre, y luego del Testo Yonqui más conscientemente quisiera ser gender hacker. A veces soy mujer y lo disfruto, a veces soy más bien un hombre, un hombrecito como diría Daniel, y me encanta. No me caso con personas ni con géneros, ni me rijo por hormonas o estructuras. Mi identidad es líquida como la modernidad de Bauman, fluye, se resbala y lubrica mis encuentros.
Quizás usted aún piense que yo soy Mujer y me crea resentida, ingrata o confundida. Quizás quiera tatuármelo en la frente, diganosticarme Disforia delGénero o hacer un registro cuantioso de cada órgano femenino de mi cuerpo. Quizás quiera llamarme Mujer a pesar de todo, felicitarme hoy y olvidar mi berriche. Ni modo. Todo el mundo piensa que soy Mujer y me asigna un valor por eso. Pues bien, es rico ser mujer como ser hombre, y a veces ser ninguno, ser lo que construya el día. No siento el orgullo femenino pero tampoco vergüenza, disfruto este vaivén de identidades.
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Lectura recomendadísima: Preciado, B. (2008) Testo Yonqui. Madrid: Espasa
Lo cierto es que nunca he terminado de convencerme, aún no le doy mi adhesión al partido. De pequeña no entendía el alboroto, por qué era un problema querer jugar con los niños, bostezar con las muñecas, pedir tacos de futbol para el cumpleaños, preferir el disfraz de supermán sobre el de superchica, en fin… Luego la adolescencia, los deportes extremos, detestar el matrimonio, el no rotundo al maquillaje, los ligues, el chingue y las imágenes. No entendía un carajo, pero me quedaba callada. El colegio era de por sí el infierno, valía más mezclarme y esconderme en aquella masa de Mujeres.
Y luego estaba todo el resto: las muchachas con los muchachos, pero sólo para sexo, no vayan a confundirse jamás. Bien lo dicta la naturaleza, hombre-mujer, siempre hombre-mujer. Y así los chistes de los “invertidos”, de los rastros de una barba en el rostro de algunas muchachas, de la voz fina de aquel compañero, de las niñas que se tomaban de la mano. Todo siempre tan incomprensible.
Usted piensa que yo soy Mujer, como probablemente lo afirman mis exnovios y mi ginecóloga, y cualquier otra persona que ha echado un vistazo entre mis piernas. Bueno, no cualquier otra persona. Algunos, algunas, saben mi secreto que no es tan secreto: de mujer algo tendré, es cierto, pero no llego a llamarme Mujer. Soy más un híbrido sin nombre, y luego del Testo Yonqui más conscientemente quisiera ser gender hacker. A veces soy mujer y lo disfruto, a veces soy más bien un hombre, un hombrecito como diría Daniel, y me encanta. No me caso con personas ni con géneros, ni me rijo por hormonas o estructuras. Mi identidad es líquida como la modernidad de Bauman, fluye, se resbala y lubrica mis encuentros.
Quizás usted aún piense que yo soy Mujer y me crea resentida, ingrata o confundida. Quizás quiera tatuármelo en la frente, diganosticarme Disforia delGénero o hacer un registro cuantioso de cada órgano femenino de mi cuerpo. Quizás quiera llamarme Mujer a pesar de todo, felicitarme hoy y olvidar mi berriche. Ni modo. Todo el mundo piensa que soy Mujer y me asigna un valor por eso. Pues bien, es rico ser mujer como ser hombre, y a veces ser ninguno, ser lo que construya el día. No siento el orgullo femenino pero tampoco vergüenza, disfruto este vaivén de identidades.
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Lectura recomendadísima: Preciado, B. (2008) Testo Yonqui. Madrid: Espasa