miércoles, 3 de marzo de 2010

orejas

Sus aretes se enredaban en mi pelo, casi siempre. Como si sus orejas fuesen la parte de su cuerpo que desde siempre quiso aferrarse más a mí. Como si supieran desde aquel momento el destino ajetreado que íbamos a correr. Yo de aquello recuerdo algunas cosas, otras, la mayoría quizás, las he ido perdiendo en callejones, en las vueltas abruptas que he girado, o en el tiempo, o en polvo, qué sé yo. Pero bien, recuerdo lo esencial y lo importante: el dolor, el sueño, el grito, las manos, la sonrisa y los silencios.

La sequía, el torbellino ya pasaron, mis aguas son más tibias y sinceras. De aquello me quedan sólo sus orejas, su escucha infalible y temblorosa. O bien, qué sé yo, me quedan las letras que escalan una pantalla, más de un centenar de carcajadas, los abrazos honestos, el llanto, los viernes, la amistad florida sin la que no vivo, y bueno, yo qué sé, me queda el amor que muta sin hacerse chico.

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