Yo no sé, hoy, quién seré. Reconozco sobre mi piel traslúcida cicatrices de esa que fui, yo, ese amasijo de sueños y pendientes, de castillos de arena en plena tormenta, de adioses, de prudencia, de silencios. Reconozco también el rastro de tus besos que luchan contra el tiempo por mantener intacta su temperatura. Están todos tejidos en mi carne, crecen como pastos insolentes, como hierbas –malahierba- tapizándome la piel. Decías que mi pelaje era como acariciar la electricidad. Decías que yo brillaba. Te dije era efecto de la luz de mi ventana. Reíste. Insistías. Dijiste que brillaba.
Esa es mi piel traslúcida. Ese es el armazón que cargo, el frágil caparazón que hoy pretendo habitar. Soy apenas un ensayo de existencia, un conato de persona que aún no se atreve a pensar. Me encuentro como la flor que fuimos, como esa flor vibrante en que me convertiste, ahora deshojada y abatida por las lluvias, arrancándose con desgarro los pétalos que sobrevivieron al sorpresivo éxtasis de tu hasta luego. Necesito desmenuzarme la vida. Necesito llorarme la sangre toda, ahogarme los ojos, expulsar los soplos de tiempo y espacio que marcan sobre mis piernas un almanaque. Necesito matar ese ser que he sido y en la turbia agonía, tan distante de vos, encontrarte en los nuevos genes que busco para mi piel.
No sé bien quién seré, sé quién fui y quién dejé de ser poco a poco (y de golpe). Reconozco mis pendientes y responsabilidades, mis brazos flacos y fuertes que tiran de tantos vagones. Reconozco mi vida en pausa, en ilusión futura, en cuando-llegue-ese-día-quizás. Y nos veo, allí mirando ese atardecer-de-mí, ese ser que abandonaba airosa, tomada de tu beso y de tu mano, temblando por el miedo y el silencio, y por el místico orgasmo que encontraba en ese renacer. Miramos atardecer invertido, yo desde mi ventana, vos desde mis palabras, y amanecía la vida por primera vez y al fin viva. Dejaba atrás mis múltiples postergaciones. Mi cuerpo no fue más una estación.
Y así descarno hoy mi antigua vida. Arranco cada esquina de mi piel. Me guío apenas por mi propio aroma, que solo a través de tus fosas consigo oler. Me escondo en esta cueva oscura y sola, me enfrento sin escudos al vacío, batallo con mis monstruosombras en seria desventaja audiovisual. Tendrán que disolverme los cabellos, borrarme de las manos la codicia, tendrán que romperme el pecho, y los labios, y los huecos. Tendrán que romperme toda hasta volverme polvo, hasta acabar con cada hilo de tarea indeseada. Quedarán solamente tus caricias, tus secretos en mi oído, tus ríos y tu luz de noche y sol. Y quedarán tus besos, intactos y calientes, junto a los de mis gentes (que ahora, con frecuencia, serían más bien las nuestras). Los besos formando círculos concéntricos, avanzando desde ese extremo externo donde habitan los extraños generosos, cada vez más adentro, más adentro, hasta volverse minúsculos, casi invisibles, pequeños. Hasta volverse místicos, mágicos-círculos-de-besos, que en su microscópico refugio asisten al milagro de la vida de mi propia [re]concepción.
“Este encontrarme a mí misma a través de usted
es demasiado intenso. Es como un espejo.”
A.S. 22/10/11