18.3.2012
Nos topamos de pronto en un sueño. No te estaba buscando pero hace días te extrañaba. No recuerdo la ropa que llevabas ni el largo de tu pelo. La última noche dijiste que querías cortártelo. Pero ahí estabas, vos, tan siempre y por siempre vos. La misma cara, la misma escucha, la magia justa con que te escapabas. Intacta y sin embargo nueva. Exacta y sin embargo otra. Hablamos, yo quise sostenerlo cotidiano. Dijiste poco, vos, solo escuchaste y devolviste sonrisas y miradas. No hubo papadas ni advertencias fuertes. No hubo reclamos. Fue como casi siempre, o como siempre.
Tenías algo nuevo, sin embargo. Tus manos, que ya no son tuyas, tus ojos, tus labios gruesos, tu frente, tu color, tus pecas sueltas, todo estaba tornándose transparente. No desaparecías, vale decir, te trasparentabas. Tu cuerpo, que ya no es tu cuerpo, iba tornándose viento, destello de estrella lejana, agua; tu cuerpo, conforme vamos soltando, va convirtiéndose en ese que será en adelante tu cuerpo, el tuyo, el que elegiste, el que inventaste de golpe contundente. Tu cuerpo traslúcido y secreto, íntimo y apenas conocido por tus gentes. Tu cuerpo hecho de besos y de tristezas dulces, de algún suspiro tenue y desbordado. Tu cuerpo como el lente de unas gafas, puestas con amor sobre los ojos, y nosotros, con los ojos emocionados y nerviosos, mirando ahora la vida con tu presencia en la ausencia, mirando ahora el mundo teñido todo con tu fosforescencia.