viernes, 7 de marzo de 2008

Las horas eternas

Las horas pasan.
Tan interminables como sueños mal soñados,
en noches de insomnio y lágrimas
y en tardes calientes y malgastadas.
Las horas pasan pesadas,
terriblemente lentas y pegajosas,
aplastándome los dedos y los intestinos,
clavándonos con nostalgia los recuerdos.
Pasan las horas despacio,
insoportablemente despacio,
y es como si no pudieran resbalar.
Una bola de espinas les impide fluir,
y a su paso desgarran cada minuto,
cada momento,
cada rasgo perdido y encontrado de mi piel.
Y yo llena de sangre,
de heridas de horas-pasadas,
sigo esperándolas absurdamente y sin nada qué hacer.
Prisioneros somos de estas horas eternas,
de estas horas de cuento sin autor,
de poema sin final.
Pasan las horas sin nosotros,
por encima de nosotros,
tan cruel y pausadamente
que parecieran más bien no pasar.

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