jueves, 19 de noviembre de 2009

de aniversarios y otros eventos

para Oventik y sus desconocidos

Un año que a veces parece la vida. A veces termina siéndolo. Yo apenas guardo el sabor de esa sonrisa periférica que me acompañó tres días, el exquisito oxímoron que provocaba el viento helado golpeando mis dientes y encías, secando insistentemente mi saliva sin que mi boca cediera un instante esa absurda bandera que había logrado encontrar. La sonrisa, mi estado natural durante tres días, y sus réplicas que circundaron semanas, con una mueca menos insistente pero igualmente absurda, la anticipación del encuentro, como un niño que espera dormirse para engañar al tiempo cuando no quiere cooperar, las secuelas, las huellas hondas, la sed que provoca un brevísimo instante de saciedad; mi sonrisa, pegajosa y molesta, más sabrosa que nunca, hace apenas un años, la vida, el dolor, las esperas, la vida, como siempre, se nos vuelve a escapar.


Hace meses que no escribo. Casi tres, o casi un cuarto de vida, que es lo mismo. No tengo respuestas ni excusas, tengo dos manos lisas, sin heridas ni cayos, apenas cansadas de tanto tecleo y con las uñas rotas. Pienso en el 11 de noviembre. Ese día en que nacimos justo a la medianoche, en una fría plaza universitaria, esa noche que nos parió enteros, ya adultos y conocidos, ya enredados e incrédulos y hartos. Yo cargaba algunas latas en mi maleta y un bolso con chucherías para aguantar la espera. Carlos tenía una boina y Esteban tenía frío. Vos llevabas libros que luego venderíamos a precio de golosinas, y llevabas también una sonrisa, como la mía, sonrisa de recién nacido.

Al otro lado del mundo la luz ya era día y cansancio y ella tecleaba y miraba videos, miraba en su pantalla la deshojación de un árbol virtual, más triste que sagrada, más lejana que viva, y las flores que caían desaparecidas, como todo, como la nieve y las canciones que en voz de una niña nunca le deberían faltar. Desaparecidas las flores, los abrazos sinceros, el beso de su compañero, las flores, los encuentros, los sabores latinoamericanos, el tiempo, el reloj.

Hacía ya un año de aquella gestación caótica en que los tres, cigotos apenas, mezcláramos nuestras lágrimas con gotas de otros fluidos en un compartirnos juntos que nunca terminó de crujir. Hacía un año de temblores, de rotundas contracciones, un parto dilatado y asqueroso que por poco nos asfixia justo antes de nacer. Y ahí, ya adultos-recién-nacidos, ya viejos-jóvenes heridos, en una plaza universitaria o en un hotel de lenguas sin nombre, todos moríamos de frío, o vivíamos de éste, al menos nosotros cuatro, que acabábamos de nacer.

Subimos a una buseta mágica, que a pesar de su absurda división geográfica prometía llevarnos hacia el destino espiritual que aún no conseguíamos imaginar. Ese lugar que creímos imposible, ver para creer, y hasta que estuviésemos allí no aflojaríamos nuestro iracundo ateísmo ni la desesperanza necesaria e inherente a la hidroponía. Aquel lugar, donde el frio era cálido y dulce, donde el sentido inexistente era la lógica que le daba el ritmo a la vida, ese lugar donde el color escala las paredes humildes y las pieles y las ropas, y nosotros, como niños, apenas podíamos tragar aire a borbotones, soltarlo luego en suspiros y sonreír. No nos mintieron nunca, todo aquel rito valía el boleto, las carcajadas molestas, las aves desproporcionadas y transgénicas, la pegajosa miel que la necedad nos embarraba, las esperas, los desvelos, la enfermedad del tiempo en Chococaneiro, todo valía la pena, todo era apenas lejano cuando llegamos allí.

Y ahora, un año, la vida entera, más de doces meses de vuelta, ahogados en la rítmica calma de la adultez. La vida cumplió un año y nosotros apenas nos dimos cuenta, apenas lo recordamos con abrumadora nostalgia, con desesperanza de vivos, con envidia de muertos. Yo tecleaba 9 horas sin descanso y deseaba impaciente correr hacia otra ciudad. Vos trabajabas sin derecho a recuerdos, sin espacio a otro intento por salir de acá. Ella frente a un monitor, sin flores ni deshojación alguna, sin siquiera nostalgias, en silencio absoluto extrañando a quien unas horas más tarde, quizás ya muy tarde, llegaría a abrazar. Carlos no encendía la vida, no enrolaba el mundo, ni llevaba boina, recordaba el día, el parto y la vida, y tejía otro sueño hacia aquel lugar. Esteban no moría de frío. Chiapas seguía existiendo. Nosotros apenas un año, nosotros adultos-recién-nacidos, perdidos sin vientos ni promesa alguna. Nosotros adultos-recién-nacidos sin tiempo ni vida para volver a nacer.

lunes, 31 de agosto de 2009

paraugas para unha espera

no hay nostalgia peor
que añorar lo que nunca jamás sucedió
- Sabina

Abre un paraugas Susana, aínda que non chova. Abre un paraugas e soña, pecha os teus ollos, imaxina o son das gotas, o cheiro do orballo cando cae sobre as herbas, imaxina unha cantiga burbullante, un sorriso no campo, un hórreo cheo de traballo. Abre un paraugas e espera, e mentres tanto respira, fala esta lingua que amas, as palabras que che espremen as bágoas, e espera. Chea unha cunca con viño e bebe sen présa, Susana, que o tempo é sempre egoísta. Abre un paraugas esta noite, como o abro eu cada mañá. Xa choverá na Galiza, Susana, xa choverá, e vas mollarte os pés, como se mollarán os meus.

jueves, 20 de agosto de 2009

t'enyoro

(a dedicatoria sobra)

“t’enyoro” me escribe Susana con su sagaz catalán. Dice que viene del latín ignorare, no saber dónde está alguien que se quiere. Me escribe desde una casa de ensueño, una casa de piedra encaramada en el monte, rodeada de bosque y campo y Galiza, una casa de abuelos con historias tristes, calladitas, tiernas, dormidas en la lengua como esa quietud de piedra que tímida levanta su espalda para sostener un techo.

Yo no ignoro donde está Susana, lo sé a medias. Estará en la casa de piedra leyendo un cuento de Cunquerio, o en el jardín, calurosa, tendiendo sobre una manta la cena que bajo el sol comerán. Estará en Ponteareas, o en Vigo o en Santiago, estará en el monte paseando con Danita, o refugiada del calor piedra adentro, intercambiando con Antón cuncas con vino e historia.

Susana está en el país de mis sueños, comiendo frutas de un huerto, llorando con la aldea el silencio. Yo la extraño y bien la añoro, añoro todos sus pasos cuando tocan la tierra que guarda de mis raíces los choncos. Pero no existe en castellano, Susana, como no existe morriña ni saudade. Cada lengua con sus sentimientos propios, cada lengua llora a su manera. Susana en el país de las tristes maravillas y yo en este callejón sin salida. Yo no ignoro donde está Susana, lo sé a medias y el resto lo imagino entre mis sueños. Susana está en la casa de piedra, y yo no dejo de repetir: “t’enyoro”.

martes, 14 de julio de 2009

lo más complicado de emprender aquel camino juntos era en definitiva el acto cuasiutópico que suponía la sincronización de sus relojes.

paraugueiro





Quizás nos pierda el mundo algún día. Quizás lleguemos a escaparnos, compañero, de ese país-de-suicidas en que nacimos (¿pues dónde más íbamos a nacer?). Quizás cuando usté escale los Andes y silbe con flautas sus sueños, yo esté escondida en alguna pequeña aldea, cosechando patacas y flores, teniendo por lengua oficial la poesía. Y quizás sí, entonces, no habrá pulsación de luz ni telepatía freudiana que pueda hilvanarnos. No lo sé. Compañeiro, mi amigo, tengo también este dulce temor de perderlo.

Pero sucede que desde esta distancia rotunda, tan temporal y tan geográfica, desde esta tierra de ensueño en que me pierdo todos los días, pronuncio cotidianamente su nombre. En cada momento, en cada calle, en cada parquecito en que falta el sonido de su risa.
Hace seis días no llueve en Santiago. La gente va feliz, señalando el cielo mientras camina. Yo, en cambio, no deja de añorar una llovizna, una garúa al menos, una mañana orballada que acaso me permita salir a mojarme pensando, como me gusta pensar, que es el mismo aguacero, que se están mojando sus zapatos y el agua sube por sus ruedos mientras pisa los charcos en San José, que tiene gotitas en el sombrero y que se dispone a abrir un paraguas, acto que inevitablemente lo hace acordarse de mí.
No llueve, compañeiro, y retumba este miedo de perderlo. Me mojan mis propias lágrimas, mojan la carta que le escribo. Ya ve, no podríamos nunca perdernos. La lluvia deja todo mojado. Cuando no llueve los ojos nos regalan un aguacero.

Anoche soñé con vos

Te encontré barriendo el techo de este edificio que me recubre. Tenías el cabello más largo y tu piel relataba varias caricias del sol. Tenías los mismos lentes que ante mi ausencia sobrevivieron, y entre las manos cargabas huecos de abrazos y costras de viejos besos pendientes que no dejabas caducar. Yo me acerqué despacito, aunque bien quería correrme la vida, y te llamé suavemente como quien se traga un suspiro. Me miraste con nostalgia, con garúa de ojos y con sonrisas, y yo te miré con rabia, exhausta, ansiosa y desesperada. Tus abrazos ahuecados buscaron como un imán mis costados y de pronto nos fundimos en beso, latido, cuerpo y mano. Mis dedos buscaron tu barba, bebieron caricias hasta saciarse. Pasaron todos los tiempos, todas las gentes, todos los llantos. Con labios en la mirada me pediste que me quedara, yo con una gran sonrisa contesté que hoy me quedaba.

viernes, 10 de julio de 2009



“eu fáloa porque si, porque me gusta
porque me peta e quero e dame a gana
porque me sae de dentro, alá do fondo
dunha tristura aceda que me abrangue”

Celso Emilio Ferreiro – Deitado frente ao mar

Eu fáloa tamén, porque me gusta, porque conmóveme as tripas e faime tremer o sangue. Eu fáloa porque é fermosa, proletaria, lingua dun pobo, lingua campesiña, lingua de pescadores. Unha lingua de xigantes poetas, de tolos soñadores e mulleres grandiosas, lingua de campo e cidade, de mártires afoutos, de avoas e de novos. Eu fáloa porque si, porque me gusta, e aínda que non son aldeá (pero ben quixese selo) levo na carne tatuada a historia de estes doentes pobos. Camiño cada rúa que atopo, e entre os meus pasos vou escoitando o colorido cantar que esta xente emana. Escápanseme sempre os sorrisos. Falan e son como poetas perdidos que aínda non se descobren, como poetas inxenuos que a causa de exhalar toda a súa vida poesía, non poden comprender que as súas palabras esgazan. Lingua galega que amo, lingua de fala e de letras, lingua de resistencia. Lingua que me narra historias dunha nostalxia profunda, nostalxia dos tempos ceibes que aínda non chegarán. Lingua triste e valente, lingua de pobo humilde, lingua morriña. Eu fáloa, si, porque me gusta.