sábado, 14 de junio de 2008

Que las cartas que nunca llego a escribir se roben todos mis silencios. Eso es lo que espero. Que este cosquilleo tan necio y molesto, otra vez adentro del pecho, se disipe entre las mil tareas pendientes que tengo por hacer. Así es. Todo se estanca de vez en cuando en una especie de zumbido mudo que se siente sólo desde adentro.

Yo ya no me opongo, no me resisto a este dolor invasivo que construye barricadas en mi lengua y mi garganta, y ocupa esta carne blanca que hace mi cuerpo. Ya no me pierdo. Entiendo que cuando viene ha estado avisando por meses, y yo por negligencia siempre me niego a escucharlo. Y entonces luego golpea, en noches como hoy, en 3 semanas de nauseas y de ayunos, en insomnios nocturnos y narcolepsia matutina. Llega y se inserta en el cuerpo como ese parásito necio que tras los años obtiene nuestra resignación.

Yo despierto de pronto con la guardia baja, con las pestañas húmedas y la boca seca, y sé, sé muy bien, que he llevado a cabo una cadena de equivocaciones recurrentes. Y entonces sé también que sería más fácil si este cuarto no estuviera vacío, desordenado y callado. Pero así está. Y el parásito-dolor está adentro de mi cuerpo. Nada puede hacerse. Nada puede cambiarse.

No hay comentarios: