Los fríos nos envuelven en las calles josefinas, como si la ciudad, mirándonos las caras de nostalgia, tuviese un arrebato de lástima y quisiese, solidaria, hacernos el trasbordo un poco menos abrupto. El viento, que no huele a nuéganos ni a café instantáneo, procede a introducirnos a los ruidos cotidianos, a los carros atravesados en las calles, y a los paragua de repuesto que hace rato queríamos abrir. El frío nos amortigua las lágrimas postergadas, las sonrisas-recuerdos, las manos que no tiemblan ya. Y esta lluvia que es llovizna, que cae pero no moja, como si quisiera reconstruirnos ese helado domingo cuando tiritábamos a un mismo ritmo, cuando el frío era verdadero. A fin de cuentas agradezco este intento de consuelo, aunque no sirva de mucho, quizás de nada. Caemos más suavemente en este frío entibiado, caemos más suave en cuenta de que el viaje ya se nos fue de las manos.
domingo, 23 de noviembre de 2008
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1 comentario:
el viaje se nos fue de las manos, pero no de los ojos ni de la memoria, afortunadamente.
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