22.05.12
cumpleseven
El pavor frente al olvido es desgarrante, es un abuso tóxico de esperas, de rígida quietud que intenta, ilusa, guardarse para sí la vida entera. Mi piel, sin cicatriz alguna de tus labios, sin rastros de tu paso por mi cuerpo, insípida, inocua, inconjugable, perdida de tu luz y de tu sombra, mi piel que ahora no es más la que encontraste, que ahora no tiene más las huellas de tus huertos, de aquella flor nacida y renacida, de todas las semillas no sembradas, de flor de chile dulce y jacaranda. Mi piel que va perdiendo tus raíces, mis raíces que se aferran a otros suelos. Quise tatuar tu nombre en mis dedos, como queriendo conjugarte para siempre, como si pretendiera así existirte, grabarte en las paredes de mi lecho, morirte y cada día resucitarte, ofrecerte mi tacto, es decir mi vida, mi amor, mi olor, mi llanto y mis placeres. Quise tatuarme tu nombre en los dedos, pero no cabe. Y no quiero llevar tu nombre a medias. Lo quiero entero. Entero que no es igual que intacto. Así lo llevo, tatuado en cicatrices transparentes: tatuado, que es decir escrito en carne; cicatrices, que es decir que no se borran; transparentes, que no es lo mismo que decir inexistentes.