amigos y compañeros,
y demás hidropónicos del mundo
y demás hidropónicos del mundo
Yo quisiera poder escribirlo todo, no sólo para recordarlo y encadenarlo a mis bastones, sino también para compartirlo. Quisiera describir esas tierras fríascalientes, ese oxímoron de suelos donde encontró vida mi hidroponía. Quisiera hablar de Oventik, del arcoíris más rebelde que jamás conocí, de las paredes valientes que con ternura nos contaron su historia, del desvirgue de otoño que me llevó hasta ahí. Quisiera describir el olor exacto que nos recibió en esa oficina, donde tres generaciones difuminaban las coberturas de sus rostros, y nos mostraban sus audacias, su intrepidez humilde. Yo quisiera contarles de esos ojos de mujer rebelde, de esa mirada encapuchada que buceó en mis adentros, hasta encontrar vestigios y huellas contundentes de un alma que siempre pensé que me faltaba.
Yo quisiera hablar de las calles de piedra en San Cristóbal, con sus aceras absurdamente angostas y su cañón colorido, repleto de puertas abiertas. De sus gentes tan amables y queribles, con salpique de sonrisas, con calor en sus gargantas. Y hablar de las flores que no tengo en mi casa, y de las hojitas secas que con frecuencia me siguieron hasta la puerta de mi habitación. Narrarles ese encuentro en esquina de farmacia, esa explosión de sorpresa más dulce que un té en Oventik: escucharla, voltearme, y toparme a la belleza hecha mujer llamando mi nombre.
Yo quisiera hablarles de sentidos y sensaciones, de las decenas de tacos que comimos, y el ardor que deja en la boca la salsa verde cuando se está vivo. Del tierno desayuno que inició nuestras mañanas con una bocanada de humo en los ojos. Del frío incomprensible que sólo pude combatir en brazos de mi compañero. De ese amanecer que nos llevó hasta Chiapas. De este escalofrío sin nombre que ahora cargo ausente mientras emprendemos el más doloroso de los regresos.
Yo quisiera, de verdad, poder compartirles todo, y enseñarles las piedritas blancas que llevo en mis bolsillos, las sonrisas-lágrimas que llovieron, esas horas-vida que respiramos allí, las más de cuatrocientas fotos, la flor de Oventik que guardo en mi cuaderno.
Crear dos, tres, muchos Chiapas