escrito en pleno insmonio
A mí me dolió el corazón. No la cabeza ni las tripas nueganosas, no la cordura, ni la memoria, ni siquiera las piernas o las palmas de las manos. No me dolió la metáfora, me dolió el corazón. Lo sentí batirse y engordarse mucho, escupir borbotones de espuma espesa y arenosa, y partirse en dos. Me dolió despacio, como duelen los besos, como duele la noche antes de despertar. Yo miré la luna con mis ojos revueltos y la encontré seca, brillante, lejana. Me dolió la vida, la semana entera, me dolió el respiro como un rasguño filoso delineando el corazón. Me dolió ese músculo con toda su sangre, las arterias, la arritmia, el latido, el corazón. Me dolió, de veras, mientras se encorvaba y pasé las horas con su ritmo atravesándome la respiración. Me dolió en la vida, en la semana entrera, en la luna nueva. Me dolió el corazón.
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