Carlos, yo ni siquiera pude hacerlo en rima
En días como hoy, y noches como anoche, conviene creer en dios para poder maldecirlo. Al menos eso comentamos en nuestro cobarde chat que quiso ser una carta de suicidio, pero sólo logró convertirse en poema. Conviene creer en dios para culparlo de todo. De ese viernes atardecido en que se me pegó un heraldo negro mientras trataba de dejar ir media vida bajo las jacarandas de la universidad. Conviene poder culparlo por la estúpida rigidez del gobierno mexicano, que nos arranca de golpe la isla hacia la que remábamos en barcos hechos con madera de noviembre y clavos de futuro-a-corto-plazo. Conviene poder reclamarle por esta vida de mierda, por este mundo opresivo donde no existe asidero. Conviene pedirle que rinda cuentas por esta generación de hidroponía que somos, por habernos hecho crecer del aire y del agua, sin tierra a la que aferrarnos, sin bandera que nos defienda, sin revolución armada.
En días como hoy yo quisiera ser pancista y poder declararme acomodadizamente pandereta. Y entonces le gritaría al cielo que dios es un hijueputa, que me castiga por pecados disfrutados, por caricias dadas, por insolencia sabrosa. Podría yo tirar piedras contra las iglesias, escupir las escrituras, cagarme en los que gozan de la tierra prometida. Tendrían entonces un destino mis protestas, mis aullidos agónicos, mis desgarros de carnes, mi cáncer-con-nombre en potencia.
Si pudiera culpar a dios maldeciría su perversa existencia. Pero no puedo, porque no existe, y entonces me quedo igual que antes, estancada en la hidroponía, gritando contra el viento, tirando piedras al vacío, gastando mis puños contra enemigos ausentes, reclamándole al tiempo por darme otro día más de vida.
1 comentario:
Todo un tema este de a quien dirigir la indignación y el odio, las preguntas y la ira... Cuando una sabe que no va a obtener ninguna respuesta. Definitivamente, un panorama desolador es este de tirar las piedras al cielo como queriendo perforarlo y terminar de dar muerte así a un ser tirano y déspota del cual no dudás su inexistencia, sino que la confirmás. Cuando los gritos y las lágrimas deforman el rostro y no hay nadie que responda a ellos, y las piedras que hemos tirado al cielo se nos devuelven golpeándonos con fuerza, avergonzándonos de la maldita inutilidad del acto de tirar piedras a cielo abierto después de descubrimiento de la gravedad en un mundo donde dios si aún no ha muerto, debe estar agonizando...
Gracias por tus letras.
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