Escribir con los ojos rendidos
y las palabras cortas.
Escribir una carta que no debió existir nunca,
que debió ser voz y llamada,
al menos un gesto,
una caricia,
un silencio plagado de miradas.
Se escribe desde la distancia,
desconociendo el destino,
la reacción de quien la reciba,
el tiempo que la rodea.
Se espera que haya una respuesta,
y se le cubre con lágrimas,
con silencios y propuestas,
con arañazos de ausencia
y reclamos de nostalgia,
con muchas ganas de encuentro,
con ínfulas de perdón.
martes, 5 de agosto de 2008
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