Nada podría esperarse de una noche de lunes, como hoy, luego de una tarde de escándalo de gotas explotando contra latas, luego de una tarde de esas que se hacen eternas y no hay forma de acortarlas, ni leyendo, ni durmiendo, ni llorando. Nada podría esperarse más que un poema triste y corto, de esos que, por supuesto, en noches como hoy no logro nunca encontrar. Y yo así, sin triste poema corto, sin tangos añejos lejanos y sin llamadas devueltas, espero con ansia encontrarme un reguero de palabras que otro infeliz (como yo) haya podido dejarme, dejarnos, para mendigar.
Por suerte encuentro el texto de un jovenzuelo conocido (y no es que yo sea señora que visita a sus muertos, sino que realmente conozco al susodicho), y leo saboreando cada frase y cada esquina. No es ningún poema corto, ni cuenta una historia triste, pero le otorgo la tristeza porque es lo que al probarlo me evoca. Seguro en una tarde como la de hoy, en una noche, ese jovenzuelo sufría el mismo padecer que sufro casi todos los días: aquel que no se cura porque no es enfermedad, pero se siente y se llora, y sobre todo se escupe, en forma de gruñido, de pedrada contra un vidrio, de humo blanco espeso, o de poema corto, por lo general muy triste.
Por suerte encuentro el texto de un jovenzuelo conocido (y no es que yo sea señora que visita a sus muertos, sino que realmente conozco al susodicho), y leo saboreando cada frase y cada esquina. No es ningún poema corto, ni cuenta una historia triste, pero le otorgo la tristeza porque es lo que al probarlo me evoca. Seguro en una tarde como la de hoy, en una noche, ese jovenzuelo sufría el mismo padecer que sufro casi todos los días: aquel que no se cura porque no es enfermedad, pero se siente y se llora, y sobre todo se escupe, en forma de gruñido, de pedrada contra un vidrio, de humo blanco espeso, o de poema corto, por lo general muy triste.
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