miércoles, 1 de abril de 2009

Pero que sea verdad

Bebámonos la angustia en copas gruesas. Tapémosle los ojos al rencor. Caminemos las geografías limitadas de los cuerpos, las curvaturas imperfectas que se dibujan alrededor de un beso. Olvidemos el mundo, el tiempo cronometrando los encuentros, aferrémonos con fuerza a este purgatorio tibio al que hemos ascendido tras la eternidad de un grito. Ocultémonos, escondamos las palabras, guardémoslas tras las piedras, cual abuelo galego, como queriendo reservárselas a algún momento que las mereciese. Amémonos, como se aman dos ciegos cansados en este purgatorio, como se aman dos viejos que, luego de haberse explorado durante sesenta y ocho años, por gracia de un empujón del Alzheimer, retornan al momento virginal de aquel primer encuentro. Encontrémonos, pero más que encontrarnos, busquémonos. Construyamos las caricias que nos faltan al lado de las que no hemos alcanzado a imaginar. Murámonos, como se mueren los vivos, llenos de angustia y reproches, sumidos en la pastosidad tierna de lo cotidiano, donde con demasiada frecuencia se subestiman las compañías.