miércoles, 15 de febrero de 2012

El olvido

escrito algún día oscuro de enero, ahora con un epígrafe regalado por Cuba.


La memoria es la dueña del tiempo,
refrán yoruba




Despertaba con sabor metálico en la boca. Podría bien ser la sangre o el olor de la oxidación nocturna. Me temblaban las manos ahora secas, los dedos con resaca de aquel apartamiento incomprensible, el ácido láctico en las yemas, en las protuberancias y las arrugas viejas. Me costaba enfocar, leer las letras, dibujar sus líneas, sus colochos, puntos y rayas. ¿Y qué tal si un día olvidara cómo escribir? ¿Qué hacer si un día, al despertar cansado y resacoso, sediento de fantasmas y de ensoñaciones, tomara el gris desértico de una hoja, me dispusiera a escribirte y… De pronto ya no saliera nada, las manos atrofiadas sin poder trazar el desvarío de la ausencia, las mil y una noches que cuenta mi cabeza, las cosas que me existen, los sueños, las palabras. Correría entonces a abrir el libro más próximo en cualquiera de sus páginas, como me gusta hacerlo, y… Un trino incomprensible de dibujos, los trazos de un pensar que no comparto, la sucesión de puntos, curvas, rayas, garabatos, lo habría olvidado todo, rotunda perdición, asesinato. Entonces el papel, un camposanto, la oscuridad de mi pensar acumulado, el trágico silencio del encierro, la última locura sin retorno, entonces sí lo habría olvidado todo, la vida transparente y sin refugio, mi cuerpo un ataúd lleno de jugos sin sustrato. 

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