jueves, 9 de febrero de 2012

¿Último? Yo.


6.2.12
La Habana

Vertí mi herida sobre Cuba y dejé que me irrigara. Tendí mis carnes exhaustas sobre sus piedras y me dejé secar al sol. Sentí entonces sus olas revolcarme, el popurrí de olores de La Habana, la mugre de sus calles enmierdadas, el polvo, la malanga, el denso humo que escupen sus abuelos, como el andar de los carros de museo, todos, todos caminando en los huesos, los chicos, las mujeres, los autos y los perros, el denso olor del petróleo de contrabando tiñéndome los ojos de negro, y apenas el destello de unos dientes de mulato que sonriendo se enamora. Yo quise respirar hondo y tragarlo todo, sus suertes, sus deseos, sus intenciones, el ritmo con que escupen sus palabras, el son que van dictando con sus pasos, la sombra de Guillén que los precede, el cántico yoruba, sus pies descalzos; quise verter mi herida y desdibujarme toda, perder mis dedos tercos en sus aromas, cubrir con sal santera la sal de mis lamentos, rendirme a Yemanyá, pagar sus precios, inocular sus besos en mi sangre, sangrar sobre la sed de sus aceras, de sus suelos completos que se prostituyen por aguas, por lluvias torrenciales que les mojen las lenguas, sus suelos que dan cuenta de sus penas, la opulencia de historia y siempre el hambre, hambre de estómagos a medias, nunca repletos, jamás vacíos, la luz del sol que siempre lo ve todo, y la gente corriendo, corriendo en círculos o saliéndose ellos, siempre corriendo y buscando, como esperando algo, un puente o un túnel subterráneo que los expanda sin llevarlos a otro lado, sin sacarlos de la isla ni perderlos ni explotarlos, pero haciendo del camino algún costado que pueda trocar su destino o al menos permutarlo por un rato, para no ser siempre quien se nació hecho, para jugar a ser alguien que se quiso ser, para sentir el sol y que no sea por sentado, este olorcillo a lo desconocido que trae el viento húmedo del mar, ese cartel que aún no se imprime, este prefacio, las letras que nunca dicen lo mismo, y yo, pidiéndole a La Habana que me sane, vertiendo mi dolor sobre el cerro de sus penas, haciendo fila para recibir su abrazo, una mirada perdida, un verso en tinta negra o el aroma de la ausencia en una flor.

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