miércoles, 29 de febrero de 2012

Cabello

Más que telar, un remolino, el vértigo plantado y florecido, curvas sinuosas, curvas líquidas, moviéndose sin prisa con el viento, un río de aguas negras y brillantes, mis dedos como rayas, aves de agua, hundiéndose en piscinas desbocadas, enredación, tejido de largos hilos negros y de carne, la piel comprometida en el desorden, dislocación continua y coordinada, mi cara sumergida, mi aliento, mi nariz, boca empapada en secos ríos de fragancias innombrables, olores de emociones desbordadas, inundación táctil, textura y catarata. Más que telar, un río, un turbio remolino, un negro oleaje.

martes, 28 de febrero de 2012

c a r d u m e n

quiero paz
dame paz
toma paz
sueño paz

quiero paz
dame pez
toma paz
somos pez

martes, 21 de febrero de 2012

pez

Abrir la boca en gran bocado y devorar. Devorar la vida. Devorársela. Sentir el tacto con labio y mandíbula, la presión en los dientes, las mejillas rojas, los ojos cerrados, los dedos perdidos, los labios ansiosos, las encías sedientas, la voz sin palabras, la piel de volcán. Un sabor caliente de color rosáceo, un sabor ser vivo, ser y palpitar, la boca extendiendo sus esquinas rojas, deshaciendo filas y altas tempestades, conjugando tonos y síncopas antiguas que hechas piel despiertan en viscosidad. La lengua ferviente, febril y  caliente navegando curvas como olas del mar, nadando furiosa como un pez sin cama, como un pez perdido que no puede dormir. La lengua leyendo en la carne el braille, leyendo la historia de la humanidad, la lengua dispersa y absorta y borracha, y cada vez más carne que intenta descifrar. Mi boca queriendo comerse la vida y la vida necia déjase comer. Sus curvas oscuras, nocturnas trincheras, y la boca urgiendo donde descansar; descansa entre vuelos y nados salvajes, como un pez sin cama nadando hasta despertar. 

y…



9.2.12

♫ tal vez elija mil veces el mal camino
voy a tener que aprender a vivir
otra vez ♫
Calamaro


Mi muerta sigue estando muerta, mi amor sigue sin respirar. Volver a casa y cada esquina la encuentro limpia, y cada paso que me lleva hacia ningún lugar, vuelvo a encontrarla derretida, eufórica, desordenada, el viento fresco con aroma a hierbas de calidad, aquí la espera me parece eterna, y ahora sin prisa al fin tengo músculos para correr, doblo la esquina y de golpe un árbol florecido, me topo el mágico milagro que un día fue un puñal, y qué hacer con este feto de sonrisa, con este esbozo de mensaje que no llego a consumar, no queda más que estallarle un beso al aire, murmurar su nombre acuoso y sacrosanto, y mirar las flores para que las vean sus ojos, para vernos sin vestidos una vez más, regalo de la tierra que lleva su aroma, sus ritmos, sus palabras y mis ganas de gritar, no queda otra que besar al viento y sonreír, ocupar su espacio que dibuja un silencio y murmurar su nombre y seguirla viendo, ahora desde adentro, y respirar profundo con nostalgia dulce y seguir sonriendo y sonriendo amar.

miércoles, 15 de febrero de 2012

El olvido

escrito algún día oscuro de enero, ahora con un epígrafe regalado por Cuba.


La memoria es la dueña del tiempo,
refrán yoruba




Despertaba con sabor metálico en la boca. Podría bien ser la sangre o el olor de la oxidación nocturna. Me temblaban las manos ahora secas, los dedos con resaca de aquel apartamiento incomprensible, el ácido láctico en las yemas, en las protuberancias y las arrugas viejas. Me costaba enfocar, leer las letras, dibujar sus líneas, sus colochos, puntos y rayas. ¿Y qué tal si un día olvidara cómo escribir? ¿Qué hacer si un día, al despertar cansado y resacoso, sediento de fantasmas y de ensoñaciones, tomara el gris desértico de una hoja, me dispusiera a escribirte y… De pronto ya no saliera nada, las manos atrofiadas sin poder trazar el desvarío de la ausencia, las mil y una noches que cuenta mi cabeza, las cosas que me existen, los sueños, las palabras. Correría entonces a abrir el libro más próximo en cualquiera de sus páginas, como me gusta hacerlo, y… Un trino incomprensible de dibujos, los trazos de un pensar que no comparto, la sucesión de puntos, curvas, rayas, garabatos, lo habría olvidado todo, rotunda perdición, asesinato. Entonces el papel, un camposanto, la oscuridad de mi pensar acumulado, el trágico silencio del encierro, la última locura sin retorno, entonces sí lo habría olvidado todo, la vida transparente y sin refugio, mi cuerpo un ataúd lleno de jugos sin sustrato. 

jueves, 9 de febrero de 2012

¿Último? Yo.


6.2.12
La Habana

Vertí mi herida sobre Cuba y dejé que me irrigara. Tendí mis carnes exhaustas sobre sus piedras y me dejé secar al sol. Sentí entonces sus olas revolcarme, el popurrí de olores de La Habana, la mugre de sus calles enmierdadas, el polvo, la malanga, el denso humo que escupen sus abuelos, como el andar de los carros de museo, todos, todos caminando en los huesos, los chicos, las mujeres, los autos y los perros, el denso olor del petróleo de contrabando tiñéndome los ojos de negro, y apenas el destello de unos dientes de mulato que sonriendo se enamora. Yo quise respirar hondo y tragarlo todo, sus suertes, sus deseos, sus intenciones, el ritmo con que escupen sus palabras, el son que van dictando con sus pasos, la sombra de Guillén que los precede, el cántico yoruba, sus pies descalzos; quise verter mi herida y desdibujarme toda, perder mis dedos tercos en sus aromas, cubrir con sal santera la sal de mis lamentos, rendirme a Yemanyá, pagar sus precios, inocular sus besos en mi sangre, sangrar sobre la sed de sus aceras, de sus suelos completos que se prostituyen por aguas, por lluvias torrenciales que les mojen las lenguas, sus suelos que dan cuenta de sus penas, la opulencia de historia y siempre el hambre, hambre de estómagos a medias, nunca repletos, jamás vacíos, la luz del sol que siempre lo ve todo, y la gente corriendo, corriendo en círculos o saliéndose ellos, siempre corriendo y buscando, como esperando algo, un puente o un túnel subterráneo que los expanda sin llevarlos a otro lado, sin sacarlos de la isla ni perderlos ni explotarlos, pero haciendo del camino algún costado que pueda trocar su destino o al menos permutarlo por un rato, para no ser siempre quien se nació hecho, para jugar a ser alguien que se quiso ser, para sentir el sol y que no sea por sentado, este olorcillo a lo desconocido que trae el viento húmedo del mar, ese cartel que aún no se imprime, este prefacio, las letras que nunca dicen lo mismo, y yo, pidiéndole a La Habana que me sane, vertiendo mi dolor sobre el cerro de sus penas, haciendo fila para recibir su abrazo, una mirada perdida, un verso en tinta negra o el aroma de la ausencia en una flor.

cumpleaños


5.2.12
La Habana

La noche me hablaba de Andrea por el malecón. Triste y a veces lindo recordar, y luego triste. Una herida que no cerrará nunca. La extraño y aún duele… quizás algún día pueda extrañarla sin llorar.
El mar me llamaba mucho y yo le cantaba en silencio. Basta de llamarme así.

lluvia en La Habana


29.1.12
La Habana

Mi habitación en La Habana no tiene ventanas. Amanecí sonriente, pero mientras me bañaba fue llenándome una tristeza conocida, la suya, la de siempre, la de su ausencia rotunda. Leí entonces tres poemas al azar, tomados del libro hermoso que compré ayer. De otro modo, de Emilio Ballagaz; La tarde pidiendo amor, de Guillén; El Otro, de Roberto Fernández Retamar. Quise llorar, pero me aguanté. Salí y por la ventana miré la mañana gris. Lloviznaba en La Habana, como si llorara por mí.

beso en el malecón


28.1.12
La Habana

Yo quería abrazar La Habana, pero se me fue arriba. Yo andaba perdida y descuidada. Me robó un beso, puso sobre mis labios los suyos y sopló fuerte, inflándome de vida el torso. Yo no le di nada a cambio, me tomó desprevenida. Me sobresalté cuando caí en cuenta y busqué en mis bolsillos sin éxito algo qué regalarle. No tenía caso ni era ya necesario. Resulta que sin percatarme, yo distraída y en aquel disparate, habíame hurtado junto al beso un  trozo de mi corazón aún sangrante.

Vacas, de Rogelio Orizondo.




luna, carnes, vacas, sangre, leche, beso,               
llanto, vuelos, puertos, desencanto,                      todo el 
expiración, bostezo, ganas, desvelo, otros,     │→ fluir de
muchacha, bonito, ganas, ojos,  respirar.            los cuerpos
                    

por los siglos de los siglos


27.1.12  
La Habana

Frente a un rostro de Alejandro Magno. Sus ojos a la altura de los míos, sus formas proporcionalmente más grandes. No es, cabe decirlo, el primero que veo. Es más, la sala entera en que me encuentro está  repleta de cuerpos incompletos. Pero este me es diferente.

Estoy maravillada con sus formas, con la ternura que su piel dibuja, cada curva formando un campo abierto, la suave alineación de las montañas que se juntan invitando a recorrerlas. No es ni cercano a lo perfecto, pero me atrapa. Sus labios entreabiertos, dejando apenas ver la orillita de sus dientes y el agujero oscuro donde guarda su lengua. Es casi como si pudiera hablarme, parece que quisiera decir algo. El labio superior contorsionado, doblándose en un valle y dos montañas, papiroflexia humana hecha de mármol, qué gesto tan sencillo, tan cierto, tan real, que casi se le escapan las palabras.

Su piel tiene destellos transparentes, pequeñas estrellitas que le adornan, los pómulos, la frente, los cachetes, el pelo encolochado y hacia atrás. De pronto es como verlo moverse, es casi como si vibrara, el fondo a contraluz se hace borroso, cual paisaje en ventana de tren en movimiento. Me asusta levemente el movimiento, me da vértigo y tengo que tocarme las piernas como queriendo comprobar que siguen quietas. Lo sé, siento que vibra intensamente y no es el fondo, ni es el mundo, no es la sala, es Alejandro Magno hecho de mármol y Malisor perdida en La Habana.

Y entonces siento un jalón desde adentro, del pecho, oscuro pero esta vez no es doloroso, es como ese vacío de precipicio que jala los cordones de mi alma. Lo entiendo, pero no logro terminar de comprenderlo, no cabe tanto tiempo en mi cabeza. Este es un puente cósmico, una barcaza, una ventana abierta hacia los tiempos. ¿Cuántos ojos pasaron por sus ojos? ¿Cuántas manos, cuántas gentes? Decenas de siglos acumulados, tantísimas historias, tantas, tantas perspectivas. Alguna vez estuvo en otro lado, este Alejandro que entonces tendría también un cuerpo de mármol. Las gentes le pasaban en frente, quizás sin percatarse, quizás para adorarlo, y con seguridad alguien se detenía de vez en cuando y le miraba los ojos, los labios entreabiertos, la piel que le brillaba, y con seguridad ese ser, tan diametralmente lejano, tan cotidianamente distinto a mí, cercano apenas en fisionomía – si acaso –, ese ser de otro mundo y otro tiempo, se habría conmovido igual que yo, lo habría visto vibrar con esa fuerza viva que gentes como él y como yo vamos dejando, se habría conmovido tanto sin posibilidad de imaginar que milenios después una muchacha se toparía de frente con el rostro decapitado y sentiría en su pecho la traducción exacta de aquella emoción incontrolable.

Lo miro con los ojos hechos agua. Parece que quiere decirme algo. Parece que deja pasar el aire, en un zumbido mágico ancestral. Lo entiendo aunque me desborde las sientes. “Yo sé”, le digo. Y me alejo, llevándome en el pecho la intención de su canto desarticulado.