A mis amigas, y en especial a Dani, la más valiente esta noche
A veces nuestras tristezas se nos revuelcan de golpe y se desbordan de este vaso hecho de carne que procura contenerlas. A veces se nos revuelcan cuando topamos de golpe con el dolor aún más intenso que sienten nuestras gentes. Y lloramos, todos y todas al mismo tiempo, y pareciera que la tierra va explotarse de tanto aullido perdido, y que se inundarán las calles con nuestros llantos doblemente salados, se perderán las lunas y soles, y todo, todo; desaparecerán los objetos y las casas, y las calles, y quedaran solamente nuestro cuerpos llorones derramando sus ausencias, sus colores desteñidos, sus alientos gastados e insípidos. Ay, ay, cómo duele este doler colectivo donde se mezclan nuestras culpas, nuestros descuidos y audacias, donde compartimos lágrimas y odio hacia el mismo hijueputa, donde nuestras historias, todas distintas, todas oscuras, confluyen para crearnos esta solidaridad rendida, este color que nos empareja en un ardor simultáneo que viene de la misma cepa pero no es nunca el mismo adentro de cada cuerpo. Valentía tiene la más herida, la que carga con el curso más severo de las injusticias, y el resto lloramos desconsoladamente, sin reparo, gemimos este goteo interminable de espinas y entregamos al vacío nuestras horas sin ninguna resistencia. ¡Qué nos lleve la muerte o la vida, cualquiera, que nos lleve y nos pierda entre sus esquinas! Gritamos con cobardía ante la desgraciada impotencia y queremos salir corriendo y despellejar al mundo en un acto de arcaica desesperación. No aguantamos, dolemos, agonizamos, y sufrimos como nuestra la herida de nuestra amiga. Fracasamos en este intento de coraje, naufragamos vergonzosamente donde debíamos anclarnos. No servimos hoy para un carajo, te quedamos mal, ¡qué desgracia! Quisiera yo ofrecerte mis bastones, mis manos que son pequeñas, mi sonrisa y mis bromas. Pero hoy sólo tengo este galón de llanto que se escurre por mi cara y se escapa de mis dedos goteando. Mis lágrimas y mis tristezas hoy se juntan con las nuestras, y con la tuya sobre todo, que nos parte en dos el pecho, que nos desgarra la adolescencia, y nos duele, de verdad, como duelen los corredores vacíos cuando alguien los recuerda.