martes, 23 de septiembre de 2008

La pipa

La pipa de Carlos no es una pipa cualquiera. Eso nos lo dejó bien claro el viejo que se la vendió. Para empezar, no es una pipa que se venda en tiendas. ¡Ni siquiera en el Mercado Central la pudimos encontrar! Claro que el paseo valió la pena, sobre todo por la fiesta de colores, sonidos y olores que se encuentran siempre en el Mercado. Y también por las conversaciones fragmentadas que fuimos escuchando, como si se cambiaran las estaciones de las vidas transeúntes, con pasos rápidos pero suficientemente interválicos como para lograr tejer historias breves. Y bueno, además valió la pena porque fue esta cadena de acontecimientos azarosos la que nos llevó a la pipa. No podría haber sido de otra forma.

Como decía, esta pipa no es cualquier pipa. Se puede tirar al suelo y no se va a romper, ni siquiera se le hará una hendija. Claro que si está cargada, el preciado material se regará por los suelos y los pantalones (como pudimos comprobarlo) y será conveniente tener a mano un foco para poder recoger las migajas y algunas otras boronas de dudosa proveniencia que aparezcan. Esta propiedad, según el viejo, se debe a su carencia de ¿venas?-¿estrías?-¿estradas? (¿alguién puede recordarlo?) que hacen de esta pieza de bambú una estancia maciza y fortísima, capaz de soportar las conmociones a las que la someten las manos torpes de algunos de nosotros, y capaz también de acompañar a su dueño en los encuentros con la vida y con la muerte.

Mas estas no son ni la mitad de las virtudes de esta pipa. Porque este maravilloso artefacto viene además con un kleenex. ¡Sí, con un clinex! Y este no es cualquier sistema de limpieza, sino que a este viejo artesano realmente le tomó trabajo diseñar y moldear con sus manos las piezas para que calzaran, para que el clinex pudiera recorrer de cabo a rabo la nariz eventualmente congestionada. Este clinex, que desaparece constantemente, pero encuentra su camino de regreso para aparecer siempre adentro del bolso de su dueño, es además amigable y versátil, y acepta con sorprendente amabilidad e inigualable eficacia limpiar los viejos mocos de otras pipas.

Pero además esta pipa, y esto no nos lo dijo el viejo (probablemente para regalarnos la sorpresa), es una pipa multisabor. Eso sí, le advierto, si usted es vegetariano esta pipa no será de su agrado. Pues esta pipa, luego de un rato, cambia el sabor de las hierbas por bambú y el del bambú por carne. ¡¿Carne?! Sí, carne, y no bistec tieso y nervioso de soda barata en las afueras de la universidad. No, no. Carnita asada, adobada con olores y salsa inglesa, envuelta en tortilla y hasta aderezada con chimichurri. No sé si es porque tenía hambre (cosa poco frecuente en mí) pero yo realmente lo disfruté. Fue como engañar las tripas con el aire y la lengua con el humo, y el cerebro con la pipa por supuesto (no podía ser de otra forma).

Así que a pesar de las múltiples peripecias y los sucesos accidentosos que suelen ocurrirnos cuando nos juntamos, a pesar de los dedos quemados, el encendedor extinto y los fósforos rusos que nadie pudo encender, anoche le cogí cariño a esa pipa. Creo que se parece a nosotros, un poco, desorientada y ambigua, encontrada por casualidad, intentando perderse entre humo y sensaciones, resistiéndose al fuego que con necedad la busca.

1 comentario:

Uno que mira dijo...

El texto es bellísimo; la pipa: una nueva buena amiga.