con especial antidedicatoria a los científicos involucrados
en el gran colisionador de hadrones
en el gran colisionador de hadrones
Vamos a ver, sería imposible mencionarlo todo. Yo tuve un viernes terrible, donde se me pegó un heraldo negro al cual me cuesta demasiado trabajo distraer. Y todo fue sucediendo. No pudimos escupir nuestro reclamo en los muros del colegio de psicólogos. El gobierno mexicano con sus normas estrictas nos va arrancando lentamente el porvenir. Faltan salarios, faltan empleos y posibilidades, muchos, bastantes dólares, y kilómetros de kilómetros para llegar allá. Luego una borrachera insolente que culmina en robo y resaca, y yo sin un solo cinco para comprarme un fresco debajo de aquel sol. La distancia que en cariño es más larga que en la tierra. Y en la noche blasfemia y más blasfemia, y cae el peso de ese gordo que debe ser dios, arrancándole a una distante pero en fin querida desgraciada: el bulto, el celular, la computadora, y la dinámica familiar. Y al día siguiente sobra una pastilla, y los moteles se rebasan de asalariados en día de pago, que alardean sus sueldos, sus portones abiertos, sus carros con rápido arrancador. Interrupción de domingo con desayuno tranquilo, con montañas silentes, fotos, besos, contracciones y cosquillas. Pero en la noche volver al hastío de mi desorden, y leer la amenaza de un final repentino y desgarradoramente mortal. Y ese final que logro apenas esquivar rebota y cae sobre ellos, sobre ella, que solamente quería querer. En Guápiles nos pasó encima un tornado, un tornado de a de veras, como los que se ven en la tele. Y se fue la luz, y se nos metió el agua. Al día siguiente conversación con imposible retorno, y apagón inducido que me toma por sorpresa, como todos los otros. Un día después un viejo desempleado que alucina insiste en recalcarme que me ha crecido la boca y que mis ojos se hicieron pequeños, brillantes. Y unos días después ritual que nos sostiene, humo que es mejor que oxígeno, papas, cervezas, patacones.
Y como ya me duelen los sesos de tanta cronología, voy a escupir lo que queda a como salga y a como caiga: Gata, madre de cuatro, atropeyada con pata quebrada, y la otra, madre de tres, muere con la tripa retorcida por culpa de la estética hormigada de algún viejo burgués y cabrón. Aparece una nube-arcoíris en cielo, preciosa pero escalofriante, completamente artificial. Los carros se atraviesan por las calles, se mueren las personas como en juego de dominó, bolsitas psicodélicas desaparecen en segundos, igual que las llaves maya que luego encontramos entre los calzoncillos de mi hermano. Y Esteban dice que en el registro de vehículos en Costa Rica se puede averiguar sobre buques. ¡Buques! Y hoy ya es domingo (pero eso poco importa), y el desayuno de hoy funcionó como masaje de espalda otra vez (por dicha). Carlos viene de Boruca, y puede que traiga chichas (de la buena y de la mala), y quizás mañana podamos realizar otro ritual. Y esto, todo esto, esta semana, sucede mientras un grupo de hijueputas acelera partículas en la máquina más grande jamás construida, allá bajo las fronteras francoparlantes. Dicen que podrían acabar con todo, con todos nosotros, y que nos tomaría no más de 3 segundos desaparecer. Yo no le creo a nadie pero los culpo de todo, de absolutamente todo lo que está sucediendo. Y con las fuerzas que me quedan tras esta semana de mierda les grito con mi teclado: ¡Me cago en el gran colisionador de hadrones, en el bolsón de Higgs y en la partícula de dios!
No hay comentarios:
Publicar un comentario