domingo, 14 de septiembre de 2008

Mis compañías de esta semana

con dedicatoria especial para 5 desgraciad@s,
ya sabrán ustedes quienes son


No sé cómo la vida reúne en una semana como esta a tantas personas como nosotras, nosotros. No sé cómo revuelca un bolsón de desorientados (cuya energía negativa, les aseguro, triplica la del afamado bolsón de Higgs), y enreda nuestras derivas una y otra vez hacia el mismo punto de naufragio. No lo entiendo, como tampoco comprendo nuestro necio empeño en separarnos. Ha de ser otro de esos misterios de la vida, como el mágico funcionamiento del VHS, o la brujería que hace mi carro cuando escucha Super Radio.

Pero a ver, intentemos ubicarlo: Nos juntaron las luchas, las ganas de escaparnos a tierras valientes en noviembre, el odio compartido hacia algunos personajes (en espacial un tipejo con la quijada gigante), internet, los aerosoles, las cervezas, las papas, el humo blanco espeso. Nos juntaron los besos, las noches de canciones cursis en karaoke, la compañía en soledades, las lágrimas que postergamos, el odio a la psicología, la falta absoluta de rumbo, y el cariño, y el cariño. Nos juntó la vida, y sobre todo los meses, en momentos en que nada más podía atreverse a existir. Nos juntaron estas y otras situaciones, como juntan los semáforos a los peatones en las esquinas. Pero nos unió algo más que pura casualidad y hastío. Nos unió la tristeza innata que a todos nos conforma, que nos fluye en la sangre y se nos sale en estornudos, y ese dolor socialmente aprendido que impregna nuestras sonrisas. y así entonces tropezamos unos sobre los otros, y nos reconocemos las caras cuando nos tragan los agujeros negros. Todavía, de vez en cuando nos sorprende encontrarnos, chocando frente con frente en medio de un bochinche chino. Algunos aún reacios a mirarse, alérgicos al peso de las manos vacías. Otros, temerosos pero finalmente resignados, emprendemos la absurda tarea de construir encuentros. No por masoquismo, ni por necedad pandereta. No. Simplemente por cariño, y por sangre-tristeza, y porque se necesitan dos voces (y no voces cualquiera, sino voces dolientes) para reírse del chorro de infortunios y ausencias, para poder alcanzar ese arcoíris facial que pocos conocemos: ese que ocurre cuando las lágrimas brotan de entre los párpados, resbalan por los pómulos y caen sobre los labios, que mientras tanto dibujan, contra todo pronóstico, una sonrisa.

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