Carlos, no escribí el sueño. En su lugar, intenté desesperadamente perder el tiempo. Se lo sigo debiendo, prometo tenerlo pronto. Por supuesto que no es excusa, pero aquí le dejo la explicación.
A veces quisiera yo ser un hombre robusto y alerta, para poder romperle la cara al imbécil que no para de contar chistes homofóbicos al otro lado de la mesa.
Yo salí esperando trastocar cerrojos, perder mi tiempo un rato (que es siempre mi especialidad), dejar los platos sucios, respirar. Salí buscando un refugio o exilio o aunque sea un grupo de amigos tomando cerveza en un bar. Pero lo único que encontré fueron caras de extraños tiesos, conversaciones acrónicas, pedacitos de lóbulos frontales en un rompecabezas al que le faltan mil piezas. Yo, sin ser hombre robusto, quizás debí haber iniciado una pelea, a ver si los golpes ponen al día al cuerpo que hace unos días se me descordinó. Quizás, pero no lo hice y en cambio sólo escuché, y me rosaron las risas mientras mi mirada buscaba voluntariamente perderse. Y yo que dolía y dolía, y trataba de tragar mis propias lágrimas que no acabaron envueltas. ¡qué dolor en la panza la adolescencia entera puesta en escena sobre una mesa de bar! Qué terriblemente espeluznante, qué volumen, qué indignación. Si pudiera le rompería la cara a cualquiera, definitivamente a cualquiera, pero sobre todo a ese pelele al otro lado de la mesa, que cambió sus lágrimas por seguridad.
Y yo que unos minutos después exclamaría: “¡Qué mierda con esta escasez de asidero!”, volvía con el sueño y el dolor entre las cejas, volvía hacia mi casa pensando los espacios tan ínfimamente reducidos en los que puedo sentarme un rato en el suelo (y no precisamente debido a la falta de banco). Y entonces, justo cuando ya por fin me acercaba a la soledad de mi cama, algún DJ melancólico con humor tan negro como el de dios, me regaló la serenata radiofónica más linda y acertada que podría imaginar. No solamente me puso a Jim Morrison, sino que me puso la única pieza que podía sonar esta noche:
Yo salí esperando trastocar cerrojos, perder mi tiempo un rato (que es siempre mi especialidad), dejar los platos sucios, respirar. Salí buscando un refugio o exilio o aunque sea un grupo de amigos tomando cerveza en un bar. Pero lo único que encontré fueron caras de extraños tiesos, conversaciones acrónicas, pedacitos de lóbulos frontales en un rompecabezas al que le faltan mil piezas. Yo, sin ser hombre robusto, quizás debí haber iniciado una pelea, a ver si los golpes ponen al día al cuerpo que hace unos días se me descordinó. Quizás, pero no lo hice y en cambio sólo escuché, y me rosaron las risas mientras mi mirada buscaba voluntariamente perderse. Y yo que dolía y dolía, y trataba de tragar mis propias lágrimas que no acabaron envueltas. ¡qué dolor en la panza la adolescencia entera puesta en escena sobre una mesa de bar! Qué terriblemente espeluznante, qué volumen, qué indignación. Si pudiera le rompería la cara a cualquiera, definitivamente a cualquiera, pero sobre todo a ese pelele al otro lado de la mesa, que cambió sus lágrimas por seguridad.
Y yo que unos minutos después exclamaría: “¡Qué mierda con esta escasez de asidero!”, volvía con el sueño y el dolor entre las cejas, volvía hacia mi casa pensando los espacios tan ínfimamente reducidos en los que puedo sentarme un rato en el suelo (y no precisamente debido a la falta de banco). Y entonces, justo cuando ya por fin me acercaba a la soledad de mi cama, algún DJ melancólico con humor tan negro como el de dios, me regaló la serenata radiofónica más linda y acertada que podría imaginar. No solamente me puso a Jim Morrison, sino que me puso la única pieza que podía sonar esta noche:
People are strange when you’re a stranger
Faces look ugly when you’re alone
Women seem wicked when you’re unwanted
Streets are uneven when you’re down
1 comentario:
Cuando leo textos como éste, cuando escucho palabras como algunas palabras que le he escuchado a una cantidad afortunadamente reducida de chusmillas, es cuando adquiere fuerza demoledora un arabesco rebuscado que se me ocurrió una vez en una dedicatoria que decía: "para las que lloran mi llanto".
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