sábado, 3 de mayo de 2008

Cuando creí que nunca nunca me encontraría lloré todas las letras del abecedario. Cuando escribí aquel poema, recién llegada de Venezuela, estaba segura de que jamás encontraría mi lugar, al menos no por acá. Y luego con el tiempo fueron saliendo de entre mis dedos raíces tiernas y tímidas, que yo iracunda y desordenadamente intenté cortar. Pero no pude hacerlo, la sangre que brotaba se iba coagulando con relativa rapidez hasta formar nuevas raíces, cada vez más fuertes e insolentes. Y entonces comenzó a crecerme musgo sobre la espalda, y mis labios y mi lengua, y mis besos-todos se volvieron cotidianos. Por aquella época leía siempre a Cortázar (y todavía lo hago), y me dormía repitiendo El futuro en mis ausencias.

Con el tiempo, podría parecer triste, se me fue acabando la urgencia por huir. Y no por conformismo ni por comodidad burguesa, sino por falta de esperanza, por la pérdida de posibilidades, por el fracaso rotundo que intento cada día construir.

Y entonces El futuro se vuelve cada día más rotundo, y muy a pesar de éste me empeño en fraguar mi camino hacia tu voz. No es que yo crea en un mañana halagüeño, pero al menos esta noche, para sobrevivir sin inciensos, necesito inundarme de cuerpo.

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